Comentarios
La película es muy cruda y conmovedora, al mostrar las sombrías consecuencias de las acciones sociales. Sin embargo, nunca le da la espalda al individuo. Aunque puede verse como la historia de la humillación de una mujer, se convierte en un tratado íntimo sobre la enfermedad de una sociedad que carece de humanidad y ternura. En definitiva, la imagen de Ingeborg perdiendo a sus hijos mientras un funcionario burocrático firma tranquilamente los documentos es definitiva, cuanto menos.
La realidad social, así como la agitación psicológica y el sufrimiento ignorados por la sociedad, se transmiten de manera casi cruel, pero fascinante. La escena descrita tiene un paralelismo visual con una escena anterior, en la que el esposo de Ingeborg muere en primer plano, mientras sus hijos juegan inocentemente al fondo de la imagen, en otro espacio, casi también como en otro momento. La primera película nos da sus lecciones básicas: la actuación es más realista que teatral (en la medida en que uno puede imaginar, dado que el filme se produjo en 1913); los temas morales se presentan con la mayor seriedad y el énfasis reside en la sencillez y cuidadosa precisión de la mise-en-scène. Sobre todo, el poder de la luz es vital, algo que se consumaría en las películas posteriores de Sjöström como "Terje Vigen" (1917) y "Körkarlen" (1921).
Al comienzo de la película, Ingeborg trata de continuar con el negocio de su difunto esposo, pero falla, y vemos la oscuridad en la tienda de comestibles casi tragándola por completo por la escasa fuente de luz en el espacio. En general y sorprendentemente, "Ingeborg Holm" carece de un tono sentimental o demasiado melodramático. El tono de Sjöström es tan sutil y moderado que recuerda al posterior neorrealismo italiano. Aunque la película no tiene un drama de la naturaleza que uno asocie tan estrechamente con la edad de oro del cine sueco, utiliza mucho rodaje en exteriores y su severidad, sobriedad y excelencia artística recuerdan mucho el estilo del citado movimiento. Con todo, la película es un ejemplo perfecto de la afirmación, aparentemente exagerada, de Peter Cowie de que "no hay hazaña más conmovedora en toda la historia del silente que los logros suecos entre 1913 y 1921". "Ingeborg Holm", de Sjöström, es justo eso para cualquier aficionado al cine: algo absolutamente conmovedor.
