Comentarios
"¡Ámeme! -dice Hélène a Jean d'Agrève-. Hace tiempo que le esperaba." "No me conoce, le haré sufrir" -responde él.
Esta pequeña muestra del talante y los diálogos de la película ya os pueden dar una muestra de por qué derroteros andará la historia. Romanticismo exacerbado, paisajes de ensueño, entrega absoluta, silencios, miradas, puestas de sol... y para no desmerecer de este tipo de relatos, un final bellamente trágico (o viceversa).
Un exceso de trascendentalismo y de perfección que a veces empalaga y que requiere una complicidad total por parte del espectador. Si sois de los que pedís al cine concisión y exposición de ideas sin más zarandajas, no llegaréis a la media hora de proyección. Si, por contra, disfrutáis con el esteticismo elevado a su máxima potencia, podéis alcanzar estados casi orgasmáticos ante las imágenes de este relato entre princesa rusa y apuesto teniente de navío.
El director (de nuevo René Leprince), tomó la novela del vizconde Eugène-Melchior de Vogüé y la "transcribió" para el cine con toda fidelidad. Los paisajes son los mismos descritos en la novela, hermosos hasta el dolor. Y hay que reconocer en la pareja protagonista una entrega total: Jean es el excelente Léon Mathot, a quien ya hemos visto en este ciclo más de una vez; ella es la perturbadora Nathalie Kovanko, esposa de Viktor Tourjanski y heroína de "Miguel Strogoff".
En su estreno, la publicidad rezaba: "Un amor tan profundo como el de Tristan e Isolda". Probablemente. Pero, ¿basta con ese "amor" para llenar hora y media de película?
Eddie Constanti