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Basada en el texto del mismo título de Alphonse de Lamartine, esta sensible película fue dirigida por Léon Poirier, de quien ya hemos traído algún otro título suyo. Por supuesto, un relato tan lleno de prosa, situaciones y personajes no hubiese podido ser trasladado al cine en su totalidad y, por tanto, Poirier trabajó con un guión abreviado pero con los elementos más básicos y conservando la esencia de la obra de Lamartine (por cierto, hemos estado leyéndola para conseguir una traducción más fidedigna y os la recomendamos vivamente).
Jocelyn es un joven (no confundir como nombre de mujer), que desde muy temprana edad siente la llamada de Dios. Sin embargo, a lo largo de su vida podrá probar el amor de una mujer que marcará su existencia. Durante años vive en una cueva de la montaña, huyendo de la Revolución. Allí conocerá a un joven que, a la postre, resultará ser una muchacha disfrazada, para huir de la violencia que imperaba en esa época. La escena en que ella, desmayada, muestra un seno y Jocelyn descubre su secreto, es de una belleza poco usual.
Bien relatada y estupendamente interpretada, la peripecia de ese Jocelyn de la historia pasa por situaciones intrincadas y engloba varias décadas, llegando a un final revelador y, a la vez pleno de tristeza. La caligrafía cinematográfica de Poirier alcanza cotas de auténtica maestría y a uno sólo le quedan ganas de leer ese libro al completo, para descubrir toda su esencia. Bella película, con un aire poético que a menudo nos embriaga, os la recomendamos abiertamente, a pesar de ese contador (tapado) que presenta la copia.
Eddie Constanti