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Mientras filmaba esta película, Louis Delluc enfermó por el mal tiempo sufrido en los escenarios naturales, cerca del Ródano. Dos meses después se le diagnosticó una neumonía por la cual falleció. Así éste fue su canto del cisne. Quizá por ello (o no) el filme resulta triste, muy triste. La acción se mueve a bandazos, como el río y sus alrededores donde se realizó. Agua salvaje, conflictos desbordados; fiebre por la desesperación, campos anegados. La factura de las imágenes vuelve a ser bellísima, como ya vimos en "Le chemin d'Ernoa". Planificación lenta, casi morosa, pero sólo en la superficie. Debajo culebrean las tensiones, la maldad y el sufrimiento.
La protagonista, Éve Francis --mujer de Delluc--, nos vuelve a dar un recital de sensibilidades, aunque tal vez sobrecargue algo el gesto durante sus delirios febriles. El paisaje, junto a ella, es el gran protagonista de la historia. El pueblo idílico, alrededores preciosos, invierno, el Ródano, siempre el Ródano, omnipresente y causante del drama que se nos cuenta. La joven coqueta recibirá su merecido y la mano fatal que lo articule no provendrá del criminal, sino del destino que ella misma se forja.
Estaba trabajando en los subtítulos cuando, viendo algunos de los maravillosos planos que contiene la película, me preguntaba qué nos hubiese podido dar Delluc si esa muerte prematura le hubiese respetado. Tal vez no tuviese la chispa de Perret, ni la elegancia de Feuillade, ni el oficio de Gance... y sin embargo no lo necesitaba; era "él", con su propio estilo, descriptivo, pausado, casi fotográfico, adecuando cada escena al paisaje, al entorno. Algo que no tenían los otros titanes franceses del silente ya citados. Honremos su memoria, compañeros.
