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Ya en el umbral del cine hablado, Perret nos ofrece esta obra crepuscular, reposada, profunda y bella. Tal vez no tenga la intensidad de su anterior "Femme nue", quizá se le pueda achacar algún altibajo argumental en esa densa trama de 150 minutos, pero cuenta con suficientes elementos importantes como para verla con satisfacción. La historia es un triángulo amoroso, el eterno relato de todos los tiempos y todas las artes. Y para empezar, una sorpresa: la pareja principal ha nacido en el norte del País Vasco, cerca de la frontera con Francia. Allí se desarrollan las primeras escenas, coincidiendo con esa noche de san Juan, donde el fuego sirve para destruir malos recuerdos y experiencias negativas.
Luego la acción se traslada a París y a Niza, donde tiene lugar la evolución del drama y las vivencias de los tres protagonistas.
Con ritmo pausado y descriptivo asistimos al encuentro y desencuentro entre Luicha-Orchidée y Yoannès, a la entrada en escena de Maryse, la veterana actriz y a la culminación del destino del trío en esa larga y magnífica escena del incendio en el teatro, donde paradójicamente el fuego vuelve a tener protagonismo, como en el inicio de la película. El final exigía el sacrificio de alguno de los tres implicados en el conflicto y, en efecto, así es como sucede.
Mientras, Perret nos muestra los entresijos de un estudio de cine de esa época y del rodaje de varias escenas (cine dentro del cine), nos brinda imágenes tan mágicas como la de Yoannès disimulando su hambre tras semanas sin apenas comer, el reencuentro del mismo Yoannès con Orchidée, resuelto simplemente con un intenso juego de miradas, y la espléndida conversación entre Orchidée y Maryse, tratando de discernir cuál de ellas tiene más "derecho" a quedarse con el amor de Yoannès. No faltan tampoco las escenas de fiestas lujosas, que Perret solía cuidar tan bien como todos sabemos.
Luicha-Orchidée es Louise Lagrange, la "femme nue" que ya conocemos, espléndida de matices; él, Yoannès, es Ricardo Cortez, el galán hollywoodiense al que cambiaron el nombre para "parecer" tan latino como Novarro y Valentino; buena interpretación la suya, sobria y mesurada. Maryse es Xenia Desni, también conmovedora en su papel de mujer que avanza hacia el otoño de su vida y se resiste a dejar escapar su último amor.
La recomiendo encarecidamente. Un Perret salvado del olvido y restaurado como éste, siempre es motivo de alegría y celebración. Además, estoy casi seguro que tras esas primeras escenas, con el encuentro en el País Vasco entre madre e hija que llevaban años sin verse, os "enganchará" como hizo conmigo (bueno yo soy un caso aparte; a mí, Perret nunca me ha defraudado).
