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En 1926, Donald Ogden Stewart, escribió su primer guión cinematográfico. Fue para la película muda de la Metro-Goldwyn-Mayer Brown of Harvard. Esta película dirigida por Jack Conway ha pasado a la hisotria por ser el primer contacto de John Wayne con el séptimo arte (Aparecía, efímeramente, como figurante). Stewart no era el responsable de la historia, pues se trataba de una adaptación de una obra teatral de Rida Johnson Young. Por su trabajo, cobró 250 dólares semanales, cantidad nada despreciable.
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BROWN OF HARVARD logra encontrar un agradable equilibrio entre la comedia y el melodrama –más acusada es la presencia de la primera vertiente-, basando buena parte de su eficacia en el carisma, la naturalidad y la sensibilidad del hoy lamentablemente olvidado William Haines. Con el paso de más de ocho décadas, resulta sorprendente la modernidad del estilo interpretativo de Haines, tanto como comediante como en su vertiente dramática –la secuencia en la que llora amargamente la muerte de su amigo, está a punto de resultar conmovedora, pero no conviene olvidar ese momento magnífico en el que contempla añorante el discurrir de una canoa en cuya competición desea participar-. Actor enormemente popular en aquellos años –se le recordará especialmente por su personaje en la magnífica SHOW PEOPLE (Espejismos, 1928. King Vidor)-, vio repentinamente abortada su carrera al preferir vivir una vida abiertamente gay en un contexto ferozmente conservador como el de Hollywood, y especialmente el de la Metro, que anuló su contrato. La imagen que ofrece el protagonista, nos recuerda mucho a un Harold Lloyd aunque más escorado a la vertiente del comediante, dejando de lado su elemento puramente cómico. En este sentido, esa semejanza no se nos antoja casual, puesto que las imágenes y aventuras del film de Conway recuerdan notablemente a THE FRESHMAN (El estudiante novato, 1925. Fred C. Newmeyer & Sam Taylor). Pero mas allá de dicha circunstancia, de la frescura que proporciona al relato el protagonismo de Haines –quien interpreta el modelo que fue reiterando en numerosos títulos de aquel periodo; el joven irresponsable que alcanza la redención-, y del ritmo que Conway proporciona al conjunto, no se puede dejar de destacar la lectura homoerótica del relato –ofrecido por el especialista Donald Ogden Stewart-, marcada por la devoción que a Tom le profesa su fiel compañero de habitación Jim, al cual el propio aspecto físico andrógino del actor que lo encarna, y la abnegación casi espiritual de su personaje no deja de hacernos pensar en dicha vertiente. Sin embargo, esa circunstancia no dejaba de tener presencia acentuada en el cine de la época –estábamos a varios años de la aplicación del temible código “Hays”. Es por ello que no podemos olvidar a este respecto la relación que mantenían los protagonistas masculinos de WINGS (Alas, 1928. William A. Wellman) –el momento en el que Charles Rogers manifiesta al moribundo Richard Arlen que su amistad era más importante que cualquier otra cosa, ha pasado a las antologías de la insinuación homosexual cinematográfica-, dentro de una tendencia que el cine silente consideraba como algo relativamente habitual en su seno.
Agradable película este BROWN OF HARVARD, que debería servir para mantener en el recuerdo la fluidez artesanal que ya entonces mostraba Jack Conway y la vigencia interpretativa de un actor que merece ser recordado.
Juan Carlos Vizcaíno