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La ambigüedad central de la película es: ¿se trata ésta de una sátira? Existe el hecho de que muchas personas juegan al ajedrez. Como el mito de que todos los taxistas de Dublín son eruditos joyceanos, la población soviética, en su conjunto, parece obsesionada con el juego rigurosamente intelectual del ajedrez.
La película comienza con algunos torneos de ajedrez desalentadoramente auténticos: sí, solo grandes maestros sentados en las mesas, jugando al ajedrez y los espectadores contemplándolos. Entonces arranca la comedia. El conflicto estriba en que la prometida de un loco por el ajedrez detesta ese juego y no puede escapar de él donde quiera que vaya. Su única posible felicidad es adaptarse al placer de la sociedad. Por otro lado, este placer recibe un profundo giro y la locura por el ajedrez conduce la película del realismo documental a la fantasía, el absurdo y lo sobrenatural.
El héroe es un loco adicto al ajedrez: su gorra, bufanda y calcetines están estampados con cuadros, al igual que su pitillera, mientras que tiene tableros de ajedrez en miniatura, libros de reglas y creadores de problemas por todo el cuerpo. Su sencillo viaje hacia su prometida se ve interrumpido constantemente por obstáculos relacionados con el ajedrez, que se ve claramente que tienen un poder fetichista sobre él. Este poder se extiende a la sociedad en su conjunto: en un episodio particularmente picante, un ladrón, a punto de ser atrapado por un policía, se salva porque un tablero de ajedrez perdido cae en su camino; el cazador y el cazado se detienen a jugar.
Aquí se considera que la mezcla de ajedrez y azar tiene un efecto perturbador en el buen funcionamiento de la sociedad. Supongo que la forma en que uno lo considere depende de cómo considere el juego en sí mismo. En cierto modo, éste exige poderes intelectuales e imaginativos extraordinarios, la capacidad de pensar en alternativas, lo que va en contra de las rigideces de un estado policial. Sin embargo, el ajedrez tambén es un juego rígido: el tablero es una prisión con reglas minuciosamente definidas. Las piezas, como los ciudadanos en un estado policial, están a disposición de sus amos, siempre dando vueltas en patrones laberínticos. La película, vista así, puede resultar bastante subversiva y es, ciertamente, un regalo hilarante, lleno de grandes bromas visuales, así como una erosión de estructuras inquietantemente lógica como sucedía en "Alicia en el país de las maravillas" y con una heroína cuya infelicidad es un extraño malestar melancólico.