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Sátira irreverente sobre los usos y costumbres del pueblo ruso, tan dado a montar revoluciones si es preciso, como a dejarse tomar el pelo cuando un grupo de charlatanes que configuran la élite del lugar (Iglesia, poder y estamentos comerciales como la banca) utilizan cualquier imagen religiosa para obtener pasta de la crédula feligresía. En este caso se trata de san Jorge, un ser bondadoso del que se cuenta un milagro sucedido muchos años atrás. Cada año, en la modesta población donde se centra la historia se celebra dicho milagro y con esta ocasión los próceres del lugar se alían para vender esa imagen a los convecinos y a los habitantes de otros pueblos que acuden en multitudinarias romerías para pedir un favor al santo, ya sea la liberación de una ceguera o el hallazgo de un buen novio para la solterita que sobrepasa los treinta y tantos.
Los artífices de ese tinglado (la Iglesia en cabeza), son capaces de comercializar incluso las supuestas lágrimas del santo, en frasquitos, a un módico precio en rublos, para obtener píngües beneficios con que llenar sus arcas hasta el montaje del año siguiente. De todo ello se dan cuenta dos pícaros bribones quienes, aprovechando el tirón, se montan un soberbio milagro para su uso y disfrute. Por supuesto, el diácono y sus compinches no permitirán que los autores de la artimaña se larguen sin, al menos, repartir el botín (las donaciones recibidas).
Ésta es la primera película parcialmente sonora de Protazanov, aunque la mayor parte de la misma sigue siendo silente. Y esa mezcla de sonido y silencio produce un resultado enriquecedor, que acentúa los aspectos críticos de la historia que el director nos presenta. El mismo Protazanov se encargaría, en 1935, de sonorizar esta versión. Como siempre, el ritmo de la trama está excelentemente engarzado y la interpretación es magnífica. Los escenarios se ajustan de forma efectiva al hilo de la historia y el montaje vuelve a tener el sello de la mejor escuela rusa (véase esa escena de la multitud exigiendo un milagro al ladronzuelo principal).
Y no os perdáis esa elección de la "novia de san Jorge" en plena sacristía, una página desternillante del mundo de la moda a los pies de los estamentos ecleciásticos. En fin, un nuevo eslabón para convencernos de que el cine de Protazanov se adelantó y no poco a su tiempo.