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Ivan Mosjoukine, como director y protagonista, consiguió hacer que 'Le brasier ardent' fuera una interesantísima película... y que continúe siéndolo 94 años después de su estreno por el 'catálogo' de elementos estéticos vanguardistas que comprende. Le da la replica Nathalie Lissenko, su habitual pareja artística. (Y esposa).
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Es difícil creer que esta película carga con noventa y seis años a sus espaldas. Muchos de sus hallazgos visuales y argumentales aún nos llenan de asombro. Toques surrealistas, fantásticos, casi propios del slapstik, romance, extravagancias... todo ello y más cabe en este filme avanzado a su tiempo y dirigido por el mismo Mosjoukine, que interpreta nada menos que a once personajes distintos. A vosotros os cabe el formidable pero agradecido trabajo de localizarlo cada vez. La sensible Nathalie Lissenko vuelve a ser su pareja en esta historia delirante de una pareja con edades desiguales y un sigular detective que debe dar fe de la supuesta infidelidad de la esposa. Contiene escenas tan escandalosamente "nuevas" como esa casa mecánica de que dispone Lissenko desde que se despierta cada mañana en la cama (muchos de esos ingenios parece proceder de "La casa eléctrica", de Keaton, realizada un año antes). O la secuencia de la entrada del marido a la agencia de detectives, maravillosa sinrazón onírica que nos conduciría directamente a los hermanos Marx o, apurando la comparación, a la muy cercana avantgarde francesa. No hay palabras para describir lo que nuestros ojos deben asimilar. Pero no queremos terminar este breve reseña sin constatar algo que no por muy evidente es menos destacable: Ivan Mosjoukine fue un genio de la interpretación, una figura irrepetible; ahora podemos comprobar que también en la dirección brillaba con luz propia. ¡Qué pena que no hubiera seguido por este camino! (Sin dejar de actuar, por supuesto.)
Eduard José Gasulla