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Esta primera adaptación cinematográfica de la célebre zarzuela de Chapí pertenece a una serie de películas de bajo coste en que los más variopintos recursos solventaban las estrecheces económicas: actores no remunerados, adaptación de obras literarias de parientes, realización de positivados y revelados en los propios estudios de rodaje, etc. El film, con una estética que se ha calificado de neorrealista, se resuelve con frescura y agilidad en las ambientaciones del Madrid más castizo.
El argumento no tiene más misterio porque es el de la célebre zarzuela con partitura de Ruperto Chapí. Mari Pepa quiere a Felipe, pero es una coqueta empedernida. Felipe quiere a Mari Pepa pero le devoran los celos. Los hombres de la corrala en la que vive Mari Pepa van de cabeza con ella. Sus legítimas planean un escarmiento. En la noche de verbena se resolverá el entuerto.
Los problemas de la adaptación surgen de la brevedad del sainete lírico que le sirve de base argumental. En sus dos versiones sonoras, Jose Díaz Morales incrementará considerablemente las subtramas que conciernen a los habitantes de la corrala, como un humus sainetesco en el que floreciera el amor de Felipe y Mari Pepa. Florián Rey -quien continúa con las adaptaciones del género lírico que había iniciado en Atlántida Cinematográfica, primero como actor y luego como director- opta por relatar en el primer acto la relación entre sus protagonistas desde la adolescencia. Lo cierto es que Juan de Orduña funciona mejor que Josefina Tapias, cuya interpretación resulta hoy en día excesivamente teatral, amén de que su físico delata en exceso la inadecuación de su edad a la del personaje.
Luego, la historia se ciñe a lo que el público esperaba de ella, con algunas escenas morosas en exceso para ser vistas sin el célebre acompañamiento musical a cuyo compás se montaron. Sorprende, en cambio, la profusión de primeros planos en la planificación de Florián Rey. Las películas coetáneas de José Buchs raramente recurren a esta escala tan próxima, decantándose por los planos largos y de conjunto. Sin embargo, La revoltosa apela a ellos cada vez que se encuentra la pareja protagonista, lo que habla claramente del valor que le concedía el realizador a la planificación como del estatus estelar de sus protagonistas.
