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Fue la primera película danesa rodada en Islandia. La novela la firmó Gunnar Gunnarsson y la llevó a la pantalla Gunnar Sommerfeldt, quien se reservó el papel del atormentado Ketidl, uno de los personajes más sugestivos. En las casi tres horas de metraje, desfilan ante nosotros los bellos aunque desolados paraje islandeses, el pecado y posterior redención de algunos, el sentimiento religioso imperante en aquellas tierras, los romances y los desengaños. Sommerfeldt no busca filigranas fílmicas, elipsis ni travellings imposibles, aunque quienes deseen delicatessen de este tipo las podrán hallar (mientras Ormarr toca el violín, en imágenes superpuestas, se nos muestra una puesta de sol). El trabajo del realizador se centra en los pequeños detalles personales de cada personaje, que dan consistencia al carácter intimista de la obra (cuando Ormarr regresa de sus estudios en Copenhague, saluda a la vieja sirvienta besándola en los labios).
Por supuesto, es una saga de tomo y lomo y los años van llenando de pelo y arrugas a cada integrante de la historia. Hay muertes anunciadas, traiciones y el triunfo de la bondad intrínseca de las gentes de los páramos islandeses. El relato no se hace nunca moroso, las interpretaciones son magníficas y se ha compuesto una banda sonora sinfónica, con aires nórdicos.