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El dibujante Luis R. Alonso entra en el cine como auxiliar de cámara y ayudante de laboratorio. A principios de la década de los veinte rueda varios documentales en Asturias y Galicia y debuta como director de fotografía en Maruxa (Henry Vorins, 1923). Luego, su carrera se desarrolla en Atlántida, donde firma la fotografía de algunas películas de Florián rey antes de entrar en la órbita de Oscar Hornemann, que le da la oportunidad de escribir y dirigir su primera película, adaptación de una obra de Carlos Arniches, según avanza la prensa durante el verano de 1925. La sobrina del cura, el inopinado melodrama social de Arniches, estrenado en 1914, mantenía dos líneas de acción que confluían en el personaje de una niña acogida por un sacerdote. Por una parte, el cura es obligado por sus superiores a llevarla a un orfanato, pues la situación fomenta la maledicencia. Por otra, el padre de la niña, que ha estado encarcelado diez años por un crimen pasional, tras fugarse del presidio, regresa a por ella. Herido por la guardia civil, es acogido también él por el buen sacerdote.
La acción se traslada de una aldea salmantina a Cuenca con el fin de ambientar algunas escenas en la Ciudad Encantada, lo que en su tiempo constituyó un aliciente considerable para los espectadores y hoy sigue siendo uno de sus mayores atractivos. Alonso da los antecedentes mediante flashbacks y prescinde de algunas de las escenas de la obra original, como la de la catequesis, cuyo atractivo residía exclusivamente en la gracia del diálogo, pero luego deja descansar buena parte del peso de la narración en los intertítulos, de modo que la matriz teatral es patente.
La película no llega a las pantallas hasta principios de 1926 y las crítica suelen ensalzar entonces las interpretaciones de Marina Torres, por primera vez en un papel principal; Javier de Rivera en el papel del exconvicto; Ricardo de la Vega —“un cura, no el de la obra, sino un cura distinto y mejor, magnánimo y bueno, ídolo del pueblo, que se sacrifica por sus semejantes con una humildad encantadora”—; y Luis González —“un cacique odioso y feroz, que esta interpretado de una manera que no puede pedirse más”— [La Voz de Cantabria, 23 de marzo de 1928.]
(carnicerito)