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En otro archivo, el final feliz que se creó para el mercado nacional de EE. UU. a instancias de los ejecutivos de MGM.
Basada en una novela del español Vicente Blasco Ibáñez, “La tierra de todos” fue el segundo largometraje de Greta Garbo en Hollywood, flanqueada por el galán madrileño Antonio Moreno y Lionel Barrymore. Fue el film que estableció su personalidad magnética como una vampiresa que destruye la vida de aquellos hombres que no pueden ni quieren resistir sus encantos. La acción se inicia en el París elegante, la actriz encarna a una marquesa que, después de algunos escándalos amorosos, decide afincarse en la Argentina, donde conoce a un joven arquitecto que caerá rendido ante sus encantos.
Mauritz Stiller, el realizador sueco y mentor de Garbo en sus primeros años como actriz en el cine escandinavo responsable además del viaje de la diva a los Estados Unidos fue el encargado de dirigir este film, pero a poco de comenzado el rodaje fue reemplazado por Fred Niblo debido a desavenencias con los productores.
Lo primero que hay que señalar es que estamos en el año 1926, los “talkies” aún por llegar, el silente en su apogeo, y la Garbo divinizándose cada día más. Estamos ante un film que sin alcanzar el grado de sobresaliente acaba dejando buenas sensaciones e incluso alguna que otra moralina sobre la que reflexionar.
Y es que estamos ante un film-Garbo, una de esas películas que, contando con un argumento decente y un reparto interesante, hubiese acabado entre tediosos bostezos de los espectadores. Pero no. Ella nos mantiene alerta. Sus ojos trascienden la pantalla y nos seducen, casi abducen, sus labios nos hipnotizan. Ella no necesita palabras. Su voz está en el gesto y cada detalle suyo es una enciclopedia de vida y sensualidad.
Por lo dicho, casi habrán adivinado el argumento. Mujer casada causa el suicidio de su amante, la deshonra de su marido y la desdicha del hombre al que verdaderamente ama. Los hombres que, en un momento u otro, están cerca de ella, acaban destrozados de deseo y celos, cuando no muertos. Un periplo entre París y Argentina en busca del amor verdadero acaba conduciéndola a una degradación personal, física y moral, de la que nadie que vea la película y reflexione sobre lo que ve, puede declararla culpable.
Sin desvelarles nada, su final invita a la generosidad y a una revisión profunda de lo visto en casi dos horas de buen cine.