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Primera película de Molander, donde ya vemos las coordenadas de lo que será su obra posterior. Película descarnada y con escenas de una gran intensidad, es un relato de pecado y posterior expiación, donde también cabe el romance y la esperanza, escenificados por esa pareja joven de ambas familias, que se encuentran por azar y en quienes recae la construcción de un futuro sin el odio que les ha acompañado desde siempre.
Dura y sin ninguna concesión a la sensiblería, tiene su contrapunto en las escenas idílicas filmadas en las montañas Wolfes Rock, un paisaje impresionante como espacio ideal para el nacimiento del amor. La expiación del tirano llegará casi en la última secuencia y a uno le hubiese gustado contemplar la continuación, que se nos antoja como un verdadero remanso de paz.
Molander aplica una funcionalidad estricta en el relato y se permite algunas escenas populistas, como esa romería de las gentes acudiendo a la feria anual o la reunión del pueblo en la plaza mayor. No hay grandes filigranas técnicas porque tampoco el guión lo requería. Con el peso del argumento es más que suficiente. La interpretación tiene un aprobado alto y de nuevo volvemos a encontrarnos con la figura de una heroína bellísima, como casi todas las procedentes de la cinematografía escandinava, una presencia angelical que nos libera, hasta cierto punto, de la dureza de algunas imágenes.