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Tras las privaciones de la posguerra, los alemanes en general y los berlineses en particular reencuentran el gusto por vivir. Paseos a través de los barrios elegantes o populares, descubrimiento de artistas, gente mundana, pequeños burgueses y obreros en busca de pasárselo bien con nuevos pasatiempos en su tiempo libre. Escenas de trabajo, mercados, bailes, ferias, deportes... donde la cámara capta las pulsiones de la ciudad y su energía. La carrera desenfrenada de los automóviles, de los coches de caballos, metros y tranvías es un simbolismo de la manera acelerada que los berlineses quieren para su entrada en la modernidad.
Es esta una película pionera. Muchísimo menos conocida que Berlin, Die Symphonie der Großstadt, que se estrenó dos años después, la obra de Adolf Trotz constituye un documento excepcional y auténtico. También se sumerge, en busca de antecedentes, en el Berlín más pacífico del siglo XIX y anticipa la ciudad del año 2000, con una asombrosa secuencia de animación. También fue pionero gracia a su magistral dominio de la técnica, que confiere un ritmo excepcional a la película, del que, qué duda cabe, Ruttmann tomaría buena nota. Filmada por la mítica UFA, con la etiqueta de Documental cultural con fin pedagógico, la película testimonia también el creciente papel del cine en la cultura.
Y claro, tenía que salir: desde el punto de vista del espectador actual, es fácil experimentar un sentimiento emocionante de compasión y comprensión hacia esas personas que aparecen, pues están abocadas, sin saberlo aún, a los horrores del nazismo. Casi nada quedará de lo que vamos a ver. Una pena. Una locura.