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Una joya increíble, en aquella época y ahora, se trata naturalmente de una soap opera de tono pícaro y cómico muy al gusto de su tiempo, como las películas que Biograph o Vitagraph realizaban desde Estados Unidos y que trataban pequeñas intrigas conyugales o escandalillos entre las clases altas. Pero a Starewicz esta clase de historia le funciona muy bien con sus insectos: primero supone una clara declaración de intenciones, frente a las películas animadas con chistes sencillos que se estaban empezando a hacer en Francia y Estados Unidos, para él el medio animado era un entorno válido para contar cualquier clase de historia, las mismas historias que se puedan contar con actores de carne y hueso; en segundo lugar, y tras esa primera capa divertida, logra esconder una crítica con muy mala uva, en la que el escarabajo macho representa el típico comportamiento machista del marido ruso promedio de principios del siglo XX, para el que la violencia contra las mujeres y el doble rasero estaban al orden del día, y su historia contiene toda la hipocresía y banalidad que caracterizaban a ciertos círculos y clases privilegiadas o a ciertos tipos sociales fácilmente reconocibles. Esto es algo que el artista realizará una y otra vez a lo largo de toda su obra, y no tardamos en acostumbrarnos a poco que veamos un puñado de sus trabajos: Starewicz es un cínico brillante y tira con bala, poniendo en solfa todo aquello sobre lo que posa sus ojos con una incorrección política que tal vez hoy hemos superado en general (los tiempos nos han abierto mucho, y ya nadie se escandaliza por la sátira política, de las clases altas o de tantas otras cosas), pero que en algún momento dado todavía pone nervioso (pienso ahora en su corto "Amour noir et amour blanc", tachado incluso de racista).
Otro motivo por el que "La venganza del cámara" deja boquiabierto, es por la calidad de la animación, y la expresividad mímica de los insectos, que se mueven en unos decorados a escala minimalistas pero que dan en todo momento la idea de lo que pretenden ser incluso con certeros detalles que definen a sus habitantes (la casa del matrimonio burgués, el club nocturno, el hotel) Los bichos sólo tienen problemas de expresión facial, por razones obvias, y por ello no hay primeros planos (tampoco es que el cine mudo primitivo en torno a 1910 se caracterice precisamente por la variedad de aperturas de ángulo), pero en todo lo demás cumplen como actores perfectos, y están animados con un esmero delicioso. Sus pequeñas extremidades sirven para coger sombreros (sí, el señor Escarabajo usa uno), manejar utensilios, abrazar a sus amantes sentados en divanes, etc. Caminan erguidos sobre dos patitas como personas, y entre el contexto, y cómo se mueven, uno sabe en cada momento cómo se sienten. Te hacen sentir y las atmósferas pueden llegar a ser tan tristes como la del final de "La cigarra y la hormiga". Naturalmente, la cuestión de que sean esos "pequeños y misteriosos monstruos en miniatura" los elegidos para interpretar estas historias también les confiere un indudable puntito macabro: ver a un escarabajo disecado despidiéndose de su mujer con un beso mientras coge el abrigo es algo de participa de esa morbosidad que a menudo tienen los grandes artistas, y que también está en Dalí, en Goya y en muchos más.