Comentarios
Restaurada por la Murnau Stiftung, gracias a dos copias distintas y a un negativo alemán, la ofrece la prestigiosa firma ARTE y tuvo una primera proyección con música cara al público. La partitura es la misma que se ha utilizado para dicha restauración. Imagen perfecta.
La filmografía silente de Paul Czinner es corta y lo primero que a uno se le ocurre al citar su nombre es la célebre "Fräulein Else", ya ofrecida en este foro hace unos meses. En el sonoro tampoco se prodigó demasiado y es una lástima. Hace unos días tuvimos la oportunidad de acceder a dos de sus películas de inicios de ese período que, junto a lo que ya sabíamos de él, nos ha llevado a la conclusión de que es uno de los directores que más está pidiendo a gritos una revisión de su obra. Ahora tenemos ocasión de saber algo más de la misma con esta maravillosa restauración que nos llega de Alemania.
Czinner, húngaro de nacimiento e inglés por residencia, es el artífice del cine preciosista, del detalle sutil, de la filigrana milimétrica. Sus imágenes, más que fotografías en movimiento, son retazos de vidas punteados aquí y allá, más como notas efímeras que como utensilios para contar una historia. El tono de sus secuencias siempre es el mismo, ya sea en los momentos de drama, de romanticismo, de comedia o de misterio; es un tono descriptivo, que se entretiene con la anécdota y pasa de puntillas por las truculencias, o mejor, las sortea con la misma elegancia que transpiran sus escenas.
Mucho de esto lo podemos apreciar en esta deliciosa "La violinista de Florencia". A modo de recomendación: véase la secuencia del inicio, durante la comida en casa de Renée y entre el trío conflictivo: el matrimonio y la hija. ¡Que portento de minucias aclaratorias sin apenas palabras! ¡Qué inteligencia para mostrarnos una situación sin recurrir a estridencias, salidas fuera de tono o rótulos descriptivos! Naturalmente, no se nos escapan las connotaciones a un claro complejo de Electra en la protagonista, pero eso tampoco es primordial en el relato de Czinner. Lo que él sublima son los sentimientos, los giros de carácter, las dificultades del pensamiento, el siempre difícil ejercicio de vivir conforme a unos postulados prefijados.
Y digámoslo ya, porque es de ley citarlo y subrayarlo. O mejor, convirtámoslo en pregunta: ¿Czinner sería el mismo sin el añadido de Elizabeth Bergner, su esposa, como protagonista de buena parte de sus películas? A uno le resulta difícil dar su opinión. Bergner, musa del director, crisálida sempiterna, andrógina sugerente, delgada hasta el dolor, asexuada y al mismo tiempo hiperfemenina... cuando fija los ojos en el objetivo de la cámara nos abre un mundo desconocido, un arco iris de posibilidades, un ensueño de riquezas sin fin. Llámese Renée, Elsa o Catalina la Grande (ya en el sonoro), fue una de esas pocas actrices por las que, en sí mismas, merecían la pena ver hora y media de metraje; está, casi, a la altura de la Setsuko Hara de Ozu (y ya veis que pongo el listón muy alto). Aquí la acompaña, en el papel de padre, un Conrad Veidt sobrio y elegante, que parece quedarse algo al margen para no enturbiar con su presencia el soliloquio de la actriz.
Bellamente fotografiada, con una atmósfera general encantadora y una planificación espléndida, os la recomendamos para que volváis a reconciliaros con el cine (si, acaso, andabais algo a la greña con él).