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Charles Albert Browning junior (1880-1962) escapó muy joven de casa, fascinado por el mundo de las variedades y el circo, aspecto que luego plasmaría en varias de sus películas. En su vagar por ese submundo, muchas veces miserable, tuvo que actuar de cualquier cosa que le propusieran, como bailarín, figurante de vodevil, payaso (en el Ringling Brothers), mago e incluso como cadáver viviente.
En la primera década del siglo conoció a Griffith, a quien siguió cuando éste abandonó la Biograph. Empezó a dirigir cortos de pequeño presupuesto hasta que sufrió un aparatoso accidente de automóvil por cuyas lesiones le tuvieron que amputar la pierna derecha (tuvo suerte, porque sus dos acompañantes murieron). Tardó bastante en pasar a la dirección de largometrajes, que fueron recibidos, en general, con poco interés. En ese momento falleció su padre y Browning cayó en la primera de sus largas depresiones que le acompañarían toda la vida.
Su colaboración con Lon Chaney, casi de su misma edad, le propició situarse entre el grupo de directores más solicitados de la época. Al pasar al sonoro no tuvo demasiados problemas para mantener su estatus privilegiado, aunque sus películas se distanciaron cada vez más. Sin embargo, hoy la mayoría de ellas están consideradas como monumentos al cine de terror. De todas formas, su obra cumbre, "Freaks" no tuvo en su momento el reconocimiento que merecía, cosa lógica, por otra parte, dada la peculiaridad de su tema y los intérpretes que reunía.
Al fallecer su esposa en 1944, con él ya retirado de la industria (en su haber cuentan más de sesenta películas), Browning volvió a sumirse en una honda depresión, seguida de etapas de alcoholismo. Como macabra anécdota, cabe señalar que la revista "Variety" imprimió, por equivocación, una esquela del mismo Browning, en vez de la de su esposa. Tiempo después se le diagnosticó un cáncer de laringe, lo que, unido a su frágil estado de salud mental, le condujo a la muerte el seis de octubre de 1962. Lo encontraron sin vida, en el cuarto de baño.
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Realizada en 1920, la copia que nos ha llegado tiene muchas deficiencias: pequeños cortes continuos (el final es buena muestra de ello), imagen muy oscura en las escenas nocturnas y también falta metraje. Por contra, los rostros tienen buena definición (no como en otras películas de esa misma época, donde apenas se distinguen las facciones de los personajes) y como se trata de una de las pocas producciones de Browning que nos han llegado de finales de la primera década del siglo pasado, la hemos traído aquí.
Ambientada en la misteriosa Estambul, son admirables las escenas callejeras de los barrios bajos, donde cada callejón puede esconder una trampa y cada ventanuco encerrar una tragedia. El ambiente de la capital está magníficamente captado y tenemos la sensación de formar parte de ese grupo de extranjeros que no se sabe muy bien si están pasando una temporada de vacaciones o si residen allí porque en su país tienen prohibida la entrada. Welles lo supo captar mejor que nadie en "Estambul".
La historia, o lo que nos ha quedado de la historia, puede parecer insustancial, por lo menos hasta la aparición del gran jeque (un Wallace Beery tan retorcido como siempre) y su enamoramiento de Sari (una Priscilla Dean muy atractiva, que ya había trabajado con Browning en "The wicked darling"). También cabe destacar las prohibiciones y tabús que se aplicaban sobre la mujer (y que por desgracia perduran), que se exponen en la cinta. Una curiosidad, pues, que por su rareza merece la pena visionarla.
