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Erich von Stroheim, el genio teutónico que marchó a través de los días del silente de Hollywood como un general conquistador, tuvo su último período como director en la Metro, produciendo esta lujosa y brillante película basada en la opereta de Franz Lehár. Las imágenes son sorprendentes, con escenarios que parecen ubicaciones reales: un pueblo en la cima de una montaña; la catedral de Castellano; Maxim's en París y el toque extraño ocasional: las jóvenes violinistas con los ojos vendados que comparten la cama de seducción del príncipe, por ejemplo. La actuación es impecable, sin necesidad de diálogo. Los rostros de los actores dicen todo lo que hay que decir. Mae Murray y John Gilbert retratan los apasionados amantes a quienes la trama se las ingenia para mantener separados con tanto éxito.
Miss Murray (ella y el director se odiaban), interpreta poderosamente a una artista callejera que, a través de una serie de desamores, se convierte en una mujer inmensamente rica. Gilbert interpreta de manera experta a un príncipe con cuyo encanto siempre se ha salido con la suya. Sus escenas juntos, más particularmente las secuencias del vals, resplandecen con un anhelo y deseo sensual no correspondido. Si bien cabría preguntarse qué habría hecho von Stroheim con ese papel, es difícil imaginar a alguien mejor que Roy D'Arcy como el príncipe heredero sonriente, lujurioso y burlón; es pura villanía personificada y su destino final está absolutamente justificado. Josephine Crowell ofrece una excelente actuación como reina. Tully Marshall, uno de los actores de personajes favoritos de von Stroheim, agrega otro retrato a su galería de grotescos, esta vez interpretando a un barón lisiado con fetichismo por los pies de las mujeres. La maravillosa partitura para órgano que acompaña a la película fue arreglada e interpretada por Dennis James.
(Eddie Constanti)
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Marginando lo convencional de la anécdota, Stroheim logró transmutar el material de base-la opereta es sólo un tercio: no hay puntos de contacto con la adaptación que será La viuda alegre de Lubitsch ya en 1934- que fue convertida en un entramado a partir del cual realizar un film que adoptaba diferentes registros: comicidad vodevilesca al principio, humor negro y el carácter melodramático posterior. La irritante rigidez que aparece en los films de Stroheim malogra una obra llena de elementos interesantes. El film, acabado, se escapó de las manos de Stroheim. A consecuencia de una disputa con Thalberg se rompió el contrato que le unía a la M.G.M. Esto supondría que no tendría el derecho de asistir a las sesiones de montaje. Stroheim consideraba a este film como un hecho comercial, a diferencia de lo que ocurrió con Avaricia en que se encontró seriamente afectado por las imposiciones de que fue objeto.
