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André Antoine, el más desconocido de todos los ilustres desconocidos.
Si no habéis visto nada de Antoine, quedaréis sorprendidos desde la primera imagen de esta película. Sosiego, serenidad, pasión controlada, ése es Antoine. Hubo un tiempo en que los mejores teatros de Europa se disputaban su presencia para presentar una obra. Fue un renovador y se le llama, con justicia, el primer director "moderno" de la escena. En cine no fue muy prolífico, media docena de películas. Sin embargo, todas contienen una verdadera lección maestra. Ésta que os presentamos tuvo enormes problemas con la censura de la época, hasta el punto que muchos planos han desaparecido y se hubo de recurrir a diversas fuentes para restaurarla de la forma más aproximada a la obra real. Al inicio de la película leeréis las vicisitudes pasadas por esta filmación; ahora no las citamos porque destriparíamos el final.
¿Por qué tantos problemas? Porque Antoine utilizó un argumento que ahora mismo sería audaz --no digamos en 1917-- y porque su realismo (muy cercano al de Zola, con quien Antonine comulgaba hasta la médula), hería profundamente la sensibilidad de la sociedad de esa época.
Para empezar, el francés plantea el filme en forma de flashback, pero un flashback mucho más coherente de los que nos tienen acostumbrados muchos directores posteriores. El ritmo, el suspense, va creciendo pero siempre con ese sosiego, esa serenidad... Paso a paso, in crescendo, hasta esa monumental escena con que culmina la trama y se desvela el posible desenlace. Y fijáos que apenas a los cinco minutos de metraje ya se le da al espectador una sacudida como para removerlo de la silla. ¿Cómo deberá ser esa secuencia final, para poder dejarnos a todos con piel de gallina?
Crítica y ácida como pocas, poniendo el dedo en la llaga cada segundo, atacando sin piedad la hipocresía de una determinada sociedad, preciosa visualmente --¡qué belleza ver el París de esos años!--, "Le coupable" es un relato audaz, moderno entre los modernos, sorprendente e intemporal, que os agarrotará por su valentía. De visión obligada (y a mí me cuesta mucho lanzar un epitafio como éste).