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Drama contenido y el peso de la conciencia como tema de fondo. Esta vez Baroncelli centra la acción de su película casi enteramente en el carguero citado y hay que ver cómo se las arregla para deleitarnos con su habitual ración de planos cuidados al detalle. La trama esconde un gran secreto: el de ese misterioso pasajero que parece ser una cosa, luego otra y al final otra más, con esa revelación que nos brinda y, sobre todo, con una carta que contiene la esperanza para los tres implicados en la historia (la viuda, su hijo y el pasajero) y que Baroncelli se guarda como un precioso epílogo, apenas unos segundos antes del rótulo de FIN.
El guión requería de un buen actor para recoger la esencia de ese personaje dubitativo y a menudo situado entre la espada y la pared. Aquí aparece el excelente Charles Vanel, que sabe reflejar a la perfección lo que pasa en cada momento en su atormentado cerebro. A su lado, una sensible Michèle Verly añade el contrapunto acertado como la viuda que, desde el primer instante, duda de la culpabilidad de Leclanchy.
No vamos a descubrir el final, no somos tan perversos. Vedla y empezad a comprender que, en cada una de sus obras, Baroncelli trataba (y conseguía) ofrecernos un verdadero ejercicio de estilo.
Eddie Constanti