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Pues bien, damas y caballeros, por fin podemos acceder a esta maravilla de Jean Renoir (su último silente), en su integridad. Podéis deshaceros de ese "clip" de treinta minutos que corría entre nosotros, porque aquí contamos con ciento veintisiete minutos de puro goce estético. Hemos leído en alguna parte que la película forma parte de un par de obras "de encargo" que se le hicieron al francés; y vistos los resultados, uno se pregunta si se podría añadir algún pero a su realización.
Porque Renoir se lanza de cabeza a su obra y no escatima ni un solo virtuosismo en su haber cinematográfico: hay recorridos de cámara siguiendo a los personajes (¡y faltaba mucho para inventarse la steady-cam actual!), hay trávellings majestuosos, hay picados y contrapicados, a veces la cámara se convierte en el alter ego del protagonista y parece recibir los mandobles del enemigo que ataca, se intercalan planos generales abigarrados con detalles ínfimos e intimistas... una lección, señores míos.
El capítulo interpretativo daría mucho más que hablar y para bien, pero está encabezado por Aldo Nadi, un espadachín (que no actor) de esa época, quien borda su difícil personaje, haciéndolo tierno en ocasiones, cruel y sanguinario las más de las veces y odiosamente atractivo en general; un portento de matices. Nos quedamos también con Catalina (Blanche Bernis) y con la sensible madre de François (Suzanne Després), que sabe llorar en silencio de una forma maravillosa.
Grandioso espectáculo, escenarios y vestuario impecables, puro CINE en su total acepción. Reservad la mejor butaca de la casa para verla.
Eddie Constanti
