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Otro recital femenino en una película plena de emotividad y de situaciones límite. La geisha de edad madura lucha por lograr la comprensión de su hijo hacia el trabajo que ella realiza, justificado por la necesidad de dotar al muchacho de una carrera con la que poder abrirse camino en la vida. Éste no solo odia la profesión de su madre, sino que, como "revancha", deja de asistir a clase y se suele unir con una pandilla de jóvenes delincuentes. No hay lazos de comunicación entre madre e hijo.
Junto a ellos, una geisha joven, cuyo gran objetivo es evitar que su hermana menor caiga en la misma situación que ella, por culpa de unos padres sólo interesados en los ingresos que aportan sus hijas. Esta muchacha es la única con quien el hijo de la geisha madura mantiene una relación de amistad y plena de confidencias personales que el muchacho no quiere --o no sabe-- transmitir a su propia madre.
La joven geisha tratará de hacer reaccionar al muchacho mostrándole la gran suerte que tiene al disponer de una madre sacrificada como la suya. El final, tan dramático como falsamente esperanzador, llevará a unas conclusiones previsibles, de las que el mejor parado será el hijo díscolo, que, gracias al sacrificio de su amiga, abrirá por fin los ojos para entender todo lo que está sufriendo su madre.
Una película cargada de matices (la madre se preocupa porque le ha salido una cana y tal vez se esté haciendo vieja para seguir siendo una geisha y poder pagar los estudios del hijo), tiene en su penúltima escena un precioso colofón a la historia que se relata (la geisha joven mientras se repone de su herida en el hospital: "...Viviré. Quiero que mi hermana quede intacta..."). En definitiva, un gran Naruse de sus inicios.