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Dirigida por Dorothy Davenport, la eterna "señora de Wallace Reid", desde que éste falleció a temprana edad, he aquí una película singularmente sensible y destacable por diversos motivos. El primero, su guión, magníficamente trenzado; el segundo por los bellos escenarios naturales que coronan buena parte del filme y el tercero por sus interpretaciones.
Noah Beery está extraordinario en su papel de hombre tosco pero amable en el fondo; Warner Baxter, en sus breves intervenciones, se muestra elegante y convincente; y por encima de todos queda Helen Foster (Linda), menuda, delicada y que nos enamora tan pronto aparece su rostro en pantalla. Foster sabe transmitir como nadie el desamparo de las primeras escenas, el cambio que comporta su paso a la ciudad y luego, al final, su deber como madre cuando regresa con el padre de su hijo aunque sólo sea para verlo fallecer.
Alguien me dijo hace tiempo que la conclusión del filme hubiese podido ser otra mucho mejor si la película hubiese estado en manos de Frank Borzage, por ejemplo. Discrepo absolutamente. El calvario y redención que seguimos con la historia de Linda queda rubricado de forma espléndida con esa hoguera que hace arder penas y recuerdos y que anuncia, por fin, una vida tan hermosa como merece su protagonista. Amigos, si queréis pasar un buen rato viendo cine de muchos quilates, reservad butaca para esta bella historia rodada en los albores del sonoro.
Eddie Constanti