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Decía Louise Brooks, amiga de W. C. Fields, en su libro "Lulú en Hollywood": "Bill [Fields] actuaba siempre como si estuviese frente a un público teatral que pudiese apreciar cada detalle de su traje, sus manos o sus pies. Cada vez que la cámara se le acercaba, le cortaba un trozo y nos privaba de un nuevo efecto cómico. De hecho, Bill no hizo nunca nada más que teatro. [...] Al ignorar las tomas de la cámara, ignoraba también los laboratorios de montaje y sólo le quedaba rebelarse al ver el producto final, cuando comprobaba que su actuación había quedado mutilada con tantos cortes arbitrarios".
Algo (o mucho) de esto sucede en "Running wild", un vehículo preparado para el lucimiento de Fields y en el que, sin embargo, por culpa de las decisiones tomadas entre el productor y la sala de montaje, se nos escamotea buena parte de la ácida comicidad de este grande del cine. El inicio de la cinta es prometedor, chispeante y con ritmo. Luego la acción decae sensiblemente para tomar su mayor empuje a partir del momento en que el protagonista es hipnotizado. El guión tampoco peca de muy original --el hombrecillo apocado que termina por hacerse respetar--, pero La Cava consigue reconducirlo con su oficio habitual, gracias sobre todo a esa media hora trepidante, donde las situaciones cómicas se multiplican.
En su aspecto global, una película que, sin ser absolutamente redonda, se sostiene por el trabajo de ese grande y sin embargo insigne desconocido que fue W. C. Fields y de un buen plantel de secundarios.