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Nos llega restaurada esta joya dirigida por Pierre Morodon, del que no tenemos más referencias. Es una película lujosa, ambiciosa y tremendamente cara, según se deduce por las grandes masas de extras utilizados, los enormes decorados (¿o tal vez sean monumentos reales?) y la fidelidad histórica expresada en uniformes, utensilios y reproducción de batallas.
El guión parte de una obra de Gustave Flaubert.
A la película le cuesta un poco "arrancar" hasta el momento en que prende en el espectador, o al menos eso pensamos nosotros. Pero como su duración de mucho de sí (126 minutos), hay tiempo para enfrascarse en las mil intrigas palaciegas, movimiento de eunucos, desafíos guerreros, emboscadas y traiciones que llegarán a partir del minuto quince, más o menos. El trabajo de los actores es extrañamente estático. Dicen un par de palabras y la cámara se fija en sus rostros en primer plano; pasan diez, veinte segundos y allí sigue el rostro, sin pestañear. Hay momentos en que parece como si recitasen una letania y sin apenas abrir los labios.
Las cualidades visuales del filme son innegables. Cientos, quizá miles de soldados ocupando una montaña, paisajes después de una batalla, con el campo lleno de cadáveres, el pueblo en rebeldía corriendo hacia el templo para expresar su descontento, el harén, con las doncellas jugueteando eróticamente entre sí, Salammbô saliendo del baño, con desnudo posterior incluido... y Amilcar Barca hablando en el Consejo de Ancianos, con la barba dividida en graciosos rulos.
A nosotros "Salammbô" nos ha producido un extraño efecto, mezcla de fascinación y de tedio. Hay instantes extraordinariamente conseguidos (como el robo del velo del templo o la primera y única noche de amor entre Salammbô y Mâtho). Pero a veces el estatismo del que hablábamos antes se nos atraganta.
(Eddie Constanti)