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El vizconde Charles de Noailles invitará a Man Ray, junto a otros amigos suyos, a su nuevo château, a condición de que traiga sus cámaras y realice una película de las instalaciones y los invitados. Noailles, que conocía anteriores trabajos de Man Ray, le otorga absoluta libertad y le dice que no repare en gastos: dos condiciones necesarias para que Man Ray muerda el anzuelo. Una de las pocas peticiones personales del vizconde es que la proyección se realice en privado junto a sus amigos. Man Ray acepta el reto, que además significará de nuevo salir de París, darse una excursión en su coche hacia el sur por las carreteras nacionales y también poder disfrutar de la estancia en un edificio, para aquella época, muy novedoso —diseñado por el arquitecto Mallet-Stevens—.
Se pone manos a la obra trazando un plan para que no resulte un simple documental. Recordó un poema de Mallarme que dice «Una tirada de dados no elimina el azar» y se da cuenta de que es una oportunidad excelente para hacer una película de corte surrealista. Así es como se gesta Les mystères du château de Dé (Los misterios del castillo de dados). Man Ray se llevará a su ayudante Boiffard, rodando algunas escenas durante el viaje: nuevamente el viaje, la velocidad, el automóvil atravesando las campiñas de Francia. Incluso tiene tiempo para atar algunos cabos sueltos sobre cómo darle sentido a toda la historia. A su llegada al château, propondrá a los mismos invitados y a los anfitriones, participar como actores anónimos, ofreciéndoles unas cuantas medias que había traído consigo para que, de esta manera, no sean reconocidos sus rasgos, acentuando de paso su carácter misterioso e impersonal. Utilizará algunos recursos que le funcionan muy bien en fotografía. Un ejemplo es el par de dados sobre la mano de uno de sus maniquíes artísticos, donde intercalará la frase de Mallarme. La imagen abre el posible relato y es de una belleza descarnada; suavemente, una mano deja caer sobre otra los dados de la suerte, por unos instantes, el plano casi congelado nos habla de la inquietante fuerza contenida en la fotografía de Man Ray.
Recurrirá durante el rodaje a antiguas fórmulas aplicadas a cintas anteriores; una tendencia consistente en ir siempre desde los exteriores hacia los interiores —de paso se podrán mostrar adecuadamente las virtudes arquitectónicas del château, con la cámara montada sobre una pequeña dolly—, personificando un intruso invisible que se pregunta qué hace allí. Se intercalan los textos reiteradamente para crear un flujo más subterráneo sobre tanta exhibición de pureza arquitectónica.
Para las escenas finales, dos figuras recrearán una danza que justo termina en pose hierática, emulando a la gran escultura que se encuentra en el horizonte inclinado. Es el espacio duplicado de la representación que Man Ray, utilizando uno de sus efectos más conocidos, invertirá lentamente para convertirlo en negativo irreal y nocturno, mármol recortado sobre un cielo oscuro. Después de un giro de cámara todo terminará como empezó; una mano de madera depositando unos dados sobre otra que finalmente los dejará caer. Se cierra el ciclo: «Una tirada de dados no elimina el azar».
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Les Mystères du château du dé fue el último de los films rodado por Man Ray como encargo particular (de los marqueses de Noailles), bajo ciertas directrices, y con posterior exhibición pública. Más allá de documentar la diversión de la aristocracia en un entorno vanguardista de lujo, es la expresión de toda una propuesta elaborada de pensamiento estético. Es un proceso de exaltación de la unión de la artes proyectado en la gran pantalla, llegando al paroxismo en la generación de un universo independiente del que nos es dado, que no es una imitación, ni un fragmento sustraído de la realidad y dependiente de ella. Man Ray ha creado un espacio para la utopía, y con ello se aproxima a toda una tradición de creadores de mundos alternativos, toda vez que culmina el proyecto regenerador que era el objetivo último del Dadá.
Ana Puyol Loscertales