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Tras ver la película, a uno le queda un montón de sentimientos encontrados. No es una saga ni un relato épico, como los que prodigó Sjostrom. Tampoco es una trama abiertamente cómica, como "Hans nad testamente" (aunque sí reúne bastantes elementos humorísticos). Ni mucho menos es una tragedia como "El viento". Es... "otra cosa". ¿Relato costumbrista? En cierta forma. ¿Trama de misterio? No, pero a veces sí. ¿Cuento romántico? Casi, en algunas secuencias. Otra de las cosas que saltan enseguida a la vista es la profusión de intertítulos. Doscientas ochenta líneas son, en principio, excesivas para un silente de noventa y ocho minutos. Pero, por otra parte, ¿cómo profundizar en los caracteres descritos o en las razones y reacciones que presenta cada personaje, si no es con textos explicativos?
En el guión quedan lagunas importantes, como el pasado del prestamista. ¿Qué le ha conducido a ser como es? ¿Qué experiencias se han cruzado por su camino en el pasado, para convertirse en ese ser cerrado, duro y antipático que se nos ofrece? ¿Por qué la falta de profundidad al describir al marinero joven, enamorado de la protagonista femenina? ¿Se pudo jugar más con ese mundo casi mágico de la trastienda del prestamista, donde existen elementos tan dispares como un esqueleto y una guitarra? Probablemente, sí. Sin embargo, ¿nos hemos aburrido siquiera un instante viendo la película? Rotundamente, no.
Al final, llegamos a la conclusión de que la cosa es mucho más simple que todo esto y se nos despejan las dudas: "Masterman" es un filme pensado, construido y centrado en la figura de su personaje central, el mismo Sjostrom, que por entonces tenía cuarenta años, pero que con su caracterización, aparenta muchos más. Sin él, la trama hubiese podido quedar en nada. Él es el impulso que mueve todas las acciones, crea todos los conflictos y también los resuelve. Por supuesto, algo así necesitaba del concurso de una figura con portentosas cualidades interpretativas, capaz de copar cada una de las escenas con su simple presencia. Sjostrom lo hace con creces. Majestuoso, sobrio pero al mismo tiempo con unas reacciones llenas de matices (véase la escena en que queda embobado mirando el pie desnudo de la protagonista), humorísticamente comedido (escena con su futura suegra, sentados ambos en el mismo sofá) o suavemente sarcástico (escena final, entregando el medallón a Tora), Sjostrom nos regala con una creación sobresaliente. Junto a él, una deliciosa Greta Almroth, a quien ya conocíamos de otras producciones suecas de la época, añade el componente mágico tan característico de las damas nórdicas del silente.