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Moana iba a ser, dentro de la misma actitud artística sociológica, lo contrario exactamente que "Nanook of the North". Pensaba Flaherty hacer un nuevo film sobre la vida difícil y se encontró con un mundo de vida fácil, la más fácil quizás que quedaba sobre la faz de la tierra.
No vamos a cometer la descortesía de presentar aquí a Robert J. Flaherty. Para quien esto escribe, ha sido el más grande documentalista que haya dado el cine, hasta el punto que sus obras superan la categoría de documental para entrar directamente en la de poesía.
¿Habrá alguien que no haya visto "Moana"? Pues posiblemente os llevéis una sorpresa, porque esta restauración poco tiene que ver con las copias maltratadas e incompletas que corren por esos mundos de Internet. La historia es la siguiente: en 1989, Monica Flaherty, hija del director, tuvo la idea de sonorizar "Moana" pero no con cualquier música, ni siquiera compuesta expresamente para la cinta. Monica recogió sonidos, cantos y voces de indígenas de las mismas islas de Samoa donde está filmada la película, y los acopló a ésta. Por supuesto, se advierte que las palabras de los actores no coinciden exactamente con las añadidas, aunque sean las mismas.; no se buscó efectuar un doblaje como los habituales. Si a ello añadimos que se recuperaron fragmentos perdidos de la cinta y que ésta se remasterizó hasta ofrecer una imagen de gran calidad, tenemos esta "Moana" de una hora treinta y dos minutos, mucho más allá de los sesenta y dos minutos que conocíamos y, repito, con una imagen inmejorable.
La película nos narra la vida y costumbres de los habitantes de esas islas neozelandesas, sus ritos, su forma de cazar y de pescar, su lucha por sobrevivir frente a un océano temible, su artesanía doméstica... Los actores --no profesionales--, son encantadores y no se muestran cohibidos en ningún momento por la cámara (no en vano, Flaherty y su esposa-colaboradora vivieron dos años junto a ellos). Todo este conjunto devivencias desembocan en el rito de paso de la juventud a la madurez del mismo Moana, un rito doloroso pero obligado.
Los elogios que podríamos aplicar a "Moana" serían tantos que no hay otra forma de resumirlos que ésta: vedla. Cielos brillantes, fotografía impecable, paisajes idílicos, personajes que acabamos amando, sonrisas (los indígenas sonríen durante todo el metraje, no para "posar", sino porque son sencillamente felices con su árbol del pan, sus cangrejos gigantes, trepando a los cocoteros, elaborando sus vestidos...).
Una oportunidad única. Es de esas películas que deben estar, obligadamente, en una videoteca. Y más, con esta fastuosa presentación.
