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Nos llega esta película desde la famosa "ganadería" de Grapevine. Ya sabéis lo que esto significa. La copia es bastante oscura, pero en estas páginas hemos lidiado con cosas mucho peores. La dirige George B. Seitz, uno de esos artesanos que nunca realizó una obra maestra, pero que sus productos siempre estaban bien acabados y dejaban al espectador con buen sabor de boca.
El guion procede de una novela de Zane Grey y esa herencia literaria se nota en la cantidad de intertítulos: abundantes y, a veces, farragosos. De todas formas, no había otra forma de explicar la trama que no fuese de esta manera. Los "malos" tardan veintitantos minutos en aparecer (demasiados) -el inefable Noah Beery, un desastrado Jim Corey y un jovenzuelo (veinticinco años), llamado Gary Cooper (¿os suena?). Quien sí asoma su rostro desde casi la primera escena es ese maravilloso secundario de los años treinta y cuarenta, Eugene Pallette, la voz más "metálica" de Hollywood, aquí con muchos kilos de menos.
La película está filmada casi por completo en exteriores. Hay escenas espectaculares con los caballos salvajes corriendo por las planicies; hay persecuciones a vida o muerte; e incluso hay la violación de una india (nunca vista, faltaría más) a manos de los tres bandidos. Los intérpretes son solventes (Jack Holt, Billie Dove, Douglas Fairbanks jr. y los malos ya señalados) y los secundarios no les andan a la zaga (hay que ver a esa Edith Yorke casi cargándose a los bandidos a golpe de escoba).
En suma, yo creo que un western bien resuelto como éste, de algo más de noventa minutos, nunca viene mal. Es decir, forasteros, que yo, de vosotros, lo vería (y ese "yo" es muy subjetivo, desde luego).
(Eddie Constanti)