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El aficionado a la historia estará encantado de ver pasar el Komintern, el mausoleo de Lenin, la Plaza Roja, la Duma, otro cartel que apunta a un edificio Proletkult, o festividades que demuestran la presencia de camaradas alemanes del floreciente Partido Comunista de Weimar, pero eso a mí no me interesa. Lo que me atrae es el flujo sin dramatizar de la vida totalmente visual, el paso relajado dentro y fuera de la rutina poética, informal incluso frente a lugares de importancia. Es maravilloso ver en tramos cortos, por ejemplo, la maravillosa escena de los buzos saltando desde una plataforma y dando la vuelta de nuevo que anticipa, de forma primitiva, los cuerpos ingrávidos de Riefenstahl en su "Olympia" segunda parte.
Pero a la larga tienes la sensación de que allí falta algo sin Vertov. El objetivo era una sinfonía cinematográfica, pero queda como una melodía sin reflujo contrapuntístico, sin un ojo aventurero empalmado en la tela. Es la música de cámara de un camarógrafo. Hay una escena que trata sobre lo que la película es para mí en su forma más pura; un lento viaje nocturno y en el resplandor de los faros, de repente, la gente se materializa en la noche y desaparece de nuevo. Estad atentos a visitantes fantasmales y lugares como éstos, que se materializan fuera de tiempo.
