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Nader y Simin, una separación


General

Titulo original: Jodaeiye Nader az Simin
Nacionalidad: Irán
Año de producción: 2011
Género: Drama

Otras personas

Director: Asghar Farhadi
Escritor: Asghar Farhadi
Productor/Estudio: Memento Films; Sony Pictures; Asghar Farhadi
Compositor: Sattar Oraki
Fotografia: Mahmoud Kalari

Funcionalidades

Duración: 123
Pistas de idioma: Castellano; Persa
Idiomas de los subtítulos: Castellano
Modo de color: Color
Fuente ripeo: HD
Soporte: x264
Tipo archivo: MKV
Calidad imagen: Excelente
Peso: 3,0 Gb

Reparto

  • Peyman Moaadi
  • Leila Hatami
  • Sareh Bayat
  • Shahab Hosseini
  • Sarina Farhadi
  • Kimia Hosseini
  • Babak Karimi
  • Ali-Asghar Shahbazi
  • Shirin Yazdanbakhsh

Sinopsis

Nader (Peyman Moaadi) y Simin (Leila Hatami) son un matrimonio iraní con una hija. Simin quiere abandonar Irán en busca de una vida mejor, pero Nader desea quedarse para cuidar a su padre, que tiene Alzheimer. Ella le pide el divorcio y se muda a vivir con sus padres. Nader no tiene más remedio que contratar a una mujer que cuide a su padre. Una negligencia de la asistenta provoca un conficto de grandes dimensiones.

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Premios

2011: Oscar: Mejor película de habla no inglesa. Nominada a Mejor guión original
2011: Festival de Berlín: Oso de Oro a la Mejor película, Mejor actor, Mejor actriz
2011: Globos de Oro: Mejor película de habla no inglesa
2011: National Board of Review: Mejor película extranjera
2011: Premios Cesar: Mejor película extranjera
2011: Critics Choice Awards: Mejor película extranjera
2011: Círculo de críticos de Nueva York: Mejor película extranjera
2011: Independent Spirit Awards: Mejor película extranjera
2011: Satellite Awards: Nominada a Mejor película de habla no inglesa
2011: Asociación de Críticos de Los Angeles: Mejor guión
2011: Premios BAFTA: Nominada a Mejor película de habla no inglesa
2011: Premios Guldbagge (Suecia): Mejor película extranjera
2011: British Independent Film Awards: Mejor película extranjera
2011: Premios David di Donatello: Mejor película extranjera
2011: Asociación de Críticos de Chicago: Mejor película extranjera

En el centro de esta película iraní hay una maraña de intrigas familiares. Allí está enredada la pareja protagónica en pleno trámite de separación, pero también el plan de la mujer para emigrar al exterior, las dudas de una hija que debe resolver con quién vivirá, los problemas del dueño de casa con un padre que tiene Alzheimer y exige sus cuidados, además del pleito entablado por una sirvienta a la que el hombre golpeó con inesperadas consecuencias. El núcleo de contratiempos es múltiple y se agrava con la conducta de unas mentalidades intransigentes que entorpecen el curso ya dificultoso de los conflictos. En la densidad de ese tejido se trasluce el semblante de una sociedad que la película describe con un detenimiento similar al que tienen los personajes para debatir en torno a sus dilemas, de manera que el trabajo del director Asghar Farhadi progresa como el de un tejedor inclinado pacientemente sobre la urdimbre, donde el tema surge paso a paso con el agregado de cada hilo.

Ese tema no es un matrimonio quebrado, un anciano enfermo ni una empleada quejosa, sino todo el matorral de esas vidas tan corrientes y del pormenor de sus vaivenes cotidianos, porque los casos elegidos son apenas las caras visibles de un paisaje mucho mayor, el de una cultura con sus apegos, sus rigideces y sus rutinas, que para un público occidental agrega al interés social del relato la curiosidad que despiertan los hábitos lejanos. Un público iraní apreciará con más claridad los sesgos de crítica que la película dedica a la administración de justicia, al chador con que se tapan las mujeres en la calle, a la desigualdad entre ellas y los hombres, o a las causas de que una de esas mujeres quiera abandonar el país. A pesar de todo, el régimen iraní (con sus notorias intolerancias) es lo suficientemente laico para que las mujeres puedan ser conductoras de vehículos, docentes en un instituto de enseñanza o litigantes en un juicio, además de actrices de cine. En eso aventaja a vecinos medievales como Arabia y Afganistán.

El cine iraní, que durante décadas ha sido el mejor del mundo musulmán y ha dado ejemplos de notable sensibilidad y de un vuelo poético que parece contagiarse entre sus talentos, agrega en este caso un ejercicio de naturalismo que al comienzo parece meramente descriptivo, en una clave intermedia entre la comedia costumbrista y el drama doméstico, pero que va envolviendo al espectador a medida que avanza y se impregna de una mirada de mayor alcance, echada con ojo muy cuidadoso, donde las notas de violencia o de dolor no pesan demasiado, confiadas (como todo el resto del planteo) a la inteligencia con que el público sepa sacar conclusiones, reparar en matices y encontrar significados a partir de los datos que se le ofrecen.

Como ocurre con los verdaderos creadores, la singularidad de esta labor de Farhadi se diferencia de las modalidades habituales del buen cine, e incluso de las reglas generales con que suele medirse la calidad de un realizador o el valor de sus películas. Porque su sello personal es muy leve, no se impone a través de un alarde, del relieve formal ni de la marca de un estilo, sino de un rastro sigiloso, y opera tan discretamente que hasta los momentos de emoción (un hombre que se acongoja mientras lava el cuerpo de su padre, una hija que abraza largamente a su madre en una despedida) aparecen asordinados, sin énfasis alguno. El director prefiere que su relato tenga la apariencia de una simple crónica hecha de vistazos a la vida diaria, aunque desliza sin que se noten muchas sutilezas que desmienten esa simplicidad.

Una emergencia callejera, por ejemplo, parece quedar inconclusa y dejar esa escena interrumpida, pero el corte no es casual. Servirá para que no se conozca el desenlace de esa situación y el espectador ignore (junto con el protagonista) un dato decisivo en el pleito judicial que se mantendrá después. El valor de conservar esa incógnita y despejarla mucho más tarde, revela las delicadezas con que procede el realizador a través de una historia donde la afectividad tiene la fuerza invisible de una corriente subterránea, sugerida para que el espectador descubra algunas cosas que los personajes no advierten, o para que conozca un conflicto pero no su desenlace, demostrando que Farhadi domina esas reglas de oro de la dramaturgia.
Y así la película corre igual que la realidad, donde las cosas casi nunca se ven por completo o se reconstruyen a partir de pistas sueltas. Por eso también es gradual el acceso del espectador al fondo de este asunto, que rastrea la conciencia de los personajes y en definitiva habla de su integridad moral, sus pesares o su mansedumbre, para armar esa malla entreabierta por donde asoman los hechos. El público local no encontrará en la película el impacto dramático que suele buscar, a cambio de lo cual obtendrá un impacto cultural de mayor dimensión, aunque le parezca escondido. Allí podrá estimar el grado de depuración al que llega el lenguaje de un director magistral, una meta nada fácil de alcanzar en las condiciones de vigilancia o de riesgo que acechan al cine iraní bajo la censura oficial. La discreta victoria de Farhadi con este título que ha ganado premios en todos lados, consiste en trazar un relato que empieza y termina en un tribunal, como emblema del clima bajo el cual se filmó, sugiriendo de cuántas maneras el hombre está sometido a juicio y cómo el arte debe superar rigurosos controles para sobrevivir.