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Sorpresón y de los grandes. No porque Perret nos deba decir algo nuevo de su arte a estas alturas, sino por la temática, el planteamiento y el giro final, propios de una buena película policial. Podríamos decir que, salvo los bigotes y patillas de los personajes, estamos hablando de una excelente película de serie negra. Si Hammett nos lee, igual se propone subirla al Noire y nadie se lo echaría en cara.
El guión sigue las pautas de un policial clásico: hay una investigación que conduce paulatinamente a varios supuestos autores del crimen, la historia se complica a medida que se van encontrando posibles culpables, el fiscal que lleva el caso va saltando de un lado a otro del territorio francés como una peonza, los secundarios aportan sal y pimienta al desarrollo del filme (ese contorsionista de music-hall no tiene desperdicio). Y entre todo ese montaje, llevado a un ritmo frenético, el misterio de la muerte de Blanche Durand sigue en pie: ¿cómo pudieron apuñalarla dentro de casa, estando la puerta cerrada con dos cerrojos y una cadena?
El final es una maravilla: corto y dry seck como los que a un servidor le gustan. Y sorprendente, por supuesto. La ironía es que debe llegar un detective norteamericano para resolver el caso (esto, a nuestros vecinos galos no les debió hacer ninguna gracia, por supuesto). Perret incluso se permite añadir una "cita" a su compadre Feuillade: en un cine se proyecta un corto de Bout de Zan. ¿Qué más queréis que os digamos? ¿Que con una mano estaba tecleando los intertítulos y con la otra me comía las uñas por saber cómo acabaría esto? Pues lo digo.
Eddie Constanti