Comentarios
Inmediatamente después de que Henryk Sienkiewicz obtuviese el Premio Nobel por su brillante novela "Quo Vadis?", hubo intentos de llevar a la pantalla la historia de la Roma del siglo I. En 1912, el director italiano Enrico Guazzoni realizó una epopeya colosal (para la época) que se centró principalmente en el gran espectáculo. Los resultados en la taquilla demostraron rápidamente un éxito rotundo. En todo el mundo, "Quo Vadis?" se hizo popular no sólo entre los lectores, sino también entre los seguidores de un nuevo fenómeno, el cine. Grandes y bellísimos estrenos en las distintas metrópolis y pronto "Quo Vadis?" fue comparada por la crítica con otras importantes producciones épicas de la época, como "Cabiria", "Intolerancia" o "Los últimos días de Pompeya".
La película se volvió tan importante que para muchos cinéfilos todavía constituye el mejor "Quo Vadis?" de la era silente, aunque algunos consideran que la película es fallida. Sin embargo, 1924 trajo la siguiente adaptación cinematográfica del libro, esta vez no de los italianos sino de los alemanes. Uno de los directores fue Georg Jacoby, el elenco y el equipo también trasladaron los trabajos de producción a Italia con el fin de lograr la mayor autenticidad y en este caso Gabriellino D'Annunzio significó una gran ayuda. Además, había un hecho muy prometedor: una gran estrella del silente alemán, Emil Jannings, conocido y amado por representaciones tan maravillosas como "Quien ríe el último", de Murnau, fue elegido como el infame emperador Nerón.
Pero a pesar de tan maravillosas oportunidades, la filmación pronto fue desafortunada para el elenco y el equipo. Los problemas financieros provocaron condensaciones y, según algunos informes, un actor (mientras supuestamente interpretaba a Séneca) fue devorado accidentalmente por leones hambrientos. Además, las imágenes fijas de la película muestran que los escenarios dejan mucho que desear en comparación con el clásico original de 1912. Por lo tanto, no se logró repetir el gran éxito de la versión anterior. Aunque la película de Jacoby fue posteriormente (a finales de la década de 1920) provista de partitura musical, su destino fue similar al de otra muy desafortunada producción de la historia, "Yo, Claudio" (1937) de Josef Von Sternberg (extraño que ambas traten sobre la antigua Roma).
En cuanto al cine silente, no sé si este "Quo Vadis?" será apreciado alguna vez. Como resultado, los lectores de Henryk Sienkiewicz tuvieron que esperar a otra adaptación cinematográfica... esta vez ya en un cine sonoro filmado en Technicolor, un espectáculo colosal de Mervyn LeRoy, sin duda hasta ahora el "Quo Vadis?" más famoso y popular en todo el mundo de la pantalla.
------------------------------------------------
Es muy difícil juzgar esta película con la lamentable copia que circula por las webs. Lo único que queda claro es que el muy importante esfuerzo económico de la UCI, efímera productora que tenía que salvar el cine italiano, no queda reflejado en el producto resultante.
De todas maneras, si el espectador se lo toma con paciencia y cierto sentido del humor, algún motivo de disfrute hay... En un intento de animar a mis queridos compañeros del foro, adjunto un fragmento del comentario que le dediqué en mi libro La pantalla épica:
(...) Entre muchas otras cosas, no fue un acierto adjudicarle la dirección al incompetente Gabriellino D’Annunzio, cuyo único mérito era —como ya dijimos a propósito de La nave— ser el hijo del escritor que los fascistas consideraban una gloria patria.
Cuando se vio que el proyecto se le iba de las manos se recurrió al alemán Georg Jacoby, que aparte de ser un profesional más solvente se entendía mejor con su compatriota Jannings; de todos modos, hacer la película a cuatro manos sólo contribuyó a hacer más manifiesta la falta de un criterio estético coherente, y por otra parte el rodaje estuvo plagado de incidentes desgraciados, el más dramático de los cuales fue cuando la leona «Europa», en un exceso de celo interpretativo, se comió de verdad a un pobre extra que hacía de cristiano, lo que le costó un juicio (y ulterior penalización) al domador Alfredo Schneider.
Aunque el discurrir de la intriga no es un prodigio de dinamismo, hacia el final tiene lugar una salida de tono que compensa, aunque sea parcialmente, el tiempo transcurrido hasta ese momento: me refiero a la escena de la carrera de bigas en la que cada uno de los participantes lleva un cristiano a la rastra y donde, con una energía y habilidad dignas de Spiderman, una de las cristianas arrastradas (Elga Brink) consigue encaramarse al carro por sus propios medios, deshacerse del auriga y ganar la carrera ante el entusiasmo general.