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El mismo Gennaro Righelli que dirigió la película reincidiría en 1947 con otra versión, por supuesto sonora. Mosjoukine, protagonista de la historia, regresaba de Estados Unidos con el desengaño de haber accedido a moldearse la nariz para nada: los americanos encontraban sus facciones demasiado "afiladas" (sin comentarios). Righelli se vio en la tesitura de resumir una obra tan mastodóntica como "Rojo y negro", de Stendhal, y como era de esperar la "condensación" se dejó decenas de lances en la cuneta. El que peor parado se quedó con tal abreviatura fue el mismo Mosjoukine, no porque su papel fuese menos portentoso (que lo es), sino porque al espectador le asalta más de una vez la duda de si Sorel es un arribista, un idealista o un patriota. Aquí convendría revisar el texto de Stendhal para refrescarnos la memoria.
De cualquier forma, Righelli tampoco se conformó con hacer una simple revisión stendhaliana y algunos de los trazos de la película tienen indudable mérito. Ese primer y apasionado beso entre Julien y Thérèse, con la cámara "abalanzándose" literalmente sobre ellos en un zoom imprevisto; la despedida de los dos enamorados, de los cuales sólo apreciamos sus sombras reflejadas en la pared; la elipsis entre el abrazo de Sorel y Mathilde y el barrido hacia la cama, donde la imagen se detiene unos segundos; la vibrante escena final con el pueblo alzado en revolución y montando las barricadas... No, hay que reconocer que Righelli sabía lo que se traía entre manos.
La ficha técnica es de lo más variopinta: Righelli era italiano; Ivan, ruso; Lil Dagover, alemana; Agnes Petersen, danesa; y un "infiltrado" que por estos lares conocemos bien: Félix de Pomés, barcelonés. La copia presenta un ligero "parpadeo" que por momentos aparece y desaparece, pero al margen de este defectillo, se puede ver sin mayor dificultad. Son dos horas que no quedarán desaprovechadas si os animáis a verla.
(Eddie Constanti)