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Dicen las malas lenguas que eres pedante, Lars. Tus más enconados enemigos te tachan -por si fuera poco- de artificioso, desmesurado, manipulador, delirante, contradictorio, histriónico, patético, grotesco, fundamentalista, tramposo, austero, lento y tedioso... entre otras lindezas.
Con semejante ramillete de halagos cualquiera se atrevería a meterse entre pecho y espalda los más de 150 minutos de una peli cuyo título parece augurar un descomunal tostón tipo National Geographic acerca de olas batiendo indefinidamente contra los abruptos acantilados de las Scottish Highlands. Sin embargo, arriesgándome a ser tildado de “gafapasta” para siempre jamás de los jamases procedí a visionar “Rompiendo las olas”. Fue mi primera vez contigo, Lars... Sí, ya lo sé, parezco una nenaza pero es que... ¡fue tan emocionante!
Edificaste un melodrama mayúsculo, desorbitado, abrumador... como sólo tu sabes hacerlo, cabrón. Como mandan los cánones. Como a Sirk le hubiera gustado hacerlo. Sin recato, sin pudor, sin inhibiciones... Manejaste los dogmas a tu antojo... te pasaste esos diez mandamientos por el forro de los cojones. Pisoteaste los sagrados principios del pathos según tu propia conveniencia. Eres un mezquino ególatra, Lars. No has jugado limpio. Nos engañaste vilmente a todos..., hiciste trampas. Centrifugaste nuestro corazón, nuestra conciencia sin pedirnos permiso. Apelaste nuestro espíritu religioso embistiendo cualquier atisbo litúrgico sin consultarnos siquiera. Eres detestable, Lars... eres un puto genio sin escrúpulos.
1996: Cannes: Gran Premio del Jurado