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"Satanás triunfante" es una gozosa fábula que nos retrata la dura caída de todos aquellos que se creen tocados por la mano de Dios, pero que también son los primeros en sucumbir en las jugosas tentaciones que el diablo tiende ante nosotros cada instante, en este caso las relativas al mundo de la lujuria.
Un recto y estricto pastor de un pueblo ruso, predica desde el púlpito la templanza y la abstinencia sexual, elogiando las virtudes de la flagelación mental ante los placeres prohibidos de la carne. Está soltero y vive con un hermano pintor, jorobado para más señas, y la esposa de éste, deliciosa criatura. Día tras día es un auténtico martillo de herejes e incluso les afea su conducta públicamente. No se le conoce ninguna mancha y su vida es ascética hasta el puro tormento. El único momento de relajación que se permite es, tras la frugal cena, escuchar las notas del piano desgranadas por su cuñada.
Pero un día aparece Satán, en forma de misterioso peregrino que pide refugio en casa del pastor. Ahí empieza el drama. Con sus artimañas, el sosias de Lucifer desmembra la continencia de la familia empezando por el pastor, a quien le abre los ojos sobre los encantos de su cuñada, que por otro lado tampoco está demasiado satisfecha con su existencia marital, todo sea dicho. Las cosas avanzan por el camino que era de esperar y el ser diabólico sale triunfante de su pecaminosa labor.
La película tiene dos partes y por desgracia nos ha llegado con ambos finales cortados, aunque un par de rótulos explicativos nos informan del metraje que falta (tampoco es demasiado) y la acción apenas sufre por su continuidad. La segunda parte se centra en la figura del hijo del clérigo, pasados unos años, que también es tentado como lo fuese su padre. Ambos papeles recaen en el espléndido Ivan Mossjoukine, que borda sus dos personajes, acompañado de la bellísima Nathalie Lissenko y, en especial, de Satán, un magnífico Aleksandr Chabrov.
Un festival de sorprendentes imágenes y una crítica punzante (una vez más), contra la sociedad más santurrona de aquellos tiempos. Vedla porque no tiene desperdicio.
