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Otro portentoso trabajo de Chaney, esta vez interpretando a un anciano chino que ha vivido mucho y ha sabido extraer enseñanzas de todo lo que pasado por su camino. El joven pastor, Harrison Ford, se empeña en hacerle creyente de la fe cristiana, pero Yen Sin es una de esas personas que no necesitan recurrir a ninguna religión para justificar su bondadosa existencia. Es un alma de Dios, como antes se decía. Sólo acepta esa conversión en la escena final, pero a cambio de algo que no podemos contaros para no "cantar" el argumento.
Dicha escena es excesivamente larga, como otras partes de la película dirigida por Tom Forman, pero las aceptamos sin rechistar con tal de seguir viendo ese rostro apergaminado del oriental... que en realidad era un actorazo nacido en Colorado Springs. Curiosamente, cuando Chaney tenía que ser por fuerza quien se "pasase" en una sobreactuación, vemos que Harrison Ford le supera con creces en este sentido y en secuencias muy concretas (y añadamos que Ford siempre fue un actor muy sobrio).
La intriga se mantiene durante todo el metraje y algunos de los intérpretes sufren lo indecible hasta que el misterio se aclara. Marguerite de la Motte compone un bonito papel de viuda y mujer casada después y la conclusión es de un bello romanticismo, con la barcaza de Yen Sin zarpando hacia su destino... que es el fin o el principio, según lo veamos cada uno.