Comentarios
Tradicionalmente en las escuelas de cine y universidades siempre se asociaba el cine soviético de los años 20 con las vanguardias y los dramas políticos. Pero gracias a que la historia del cine siempre está reescribiéndose en las últimas décadas hemos descubiertos que en la URSS también se hicieron grandes comedias, de modo que el nombre de Boris Barnet ha pasado a ser también imprescindible, Protazanov ha dejado de estar asociado únicamente a La Reina de Espadas (1916) o Aelita (1924) para descubrirnos que era un excelente director de comedias y constantemente emergen nuevos títulos antes absolutamente desconocidos para nosotros, como es el caso.
Y bien, os preguntaréis: "Quién ese tal Nikolai Shpikovski". Pues uno de tantos esforzados realizadores rusos que, a pesar de la modestia de su obra (sólo tres títulos como director, y algunos más como guonista), ha entrado en el grupo de privilegiados que la historia del cine recuerda con buena nota. Seguro que si os digo que dirigió "La fiebre del ajedrez", más de uno sabrá de quién hablo. Además fue "padre" de "Khlib" y de ésta que hoy os ofrecemos.
"Shkurnik" fue prohibida en su época por, literalmente, "sarcasmo antisoviético". Muchos decenios después se redescubrió sepultada en un mar de bobinas dentro de unos archivos rusos y se restauró para nuestro regocijo presente. Y ahora tenéis ocasión de pasar, con ella, hora y pico de glorioso entretenimiento.
De hecho, no entendemos muy bien el motivo de esa censura en su época, ya que la película reparte palos a diestro y siniestro. Es el relato de un oportunista de mediana edad, como los centenares de miles que han existido en la historia del mundo, que se encuentra en el lugar menos favorable para él cuando estalla la revolución. Por una serie de circunstancias, su vida se unirá a la de un camello y será requisado (él y el camello) una vez tras otra por el ejército rojo y el blanco, el blanco y el rojo, etcétera, viéndoselas y deseándoselas para sobrevivir entre contingentes enemigos. Y lo consigue mediante la picaresca que suele adornar a estos individuos y una gran cantidad de buena suerte, que el guión dispone a su servicio, todo sea dicho.
Este Apollonio (tal es su nombre), transita de lado a lado de las fronteras en lucha, siempre con su camello junto a él. Un camello, además, que se entretiene escupiendo a quien no le es simpático. El ejército blanco, el rojo, todos caen bajo la ácida burla que despliega Shpikovski sobre la estúpida burocracia rusa en tiempos de guerra (y cuando no hay guerra también, por supuesto), sobre el abuso de poder de dirigentes de uno y otro bando y sobre la absurdidad de ésta y todas las guerras que en el mundo han sido. Ah, y sin olvidarnos del camello, auténtico eje conductor de la acción central del filme.
Vais a sonreír desde el comienzo y, muchas veces, podéis estallar en carcajadas. La trama es ágil y las situaciones jocosas no nos dan tregua. Y a los tovarich que prohibieron esta filigrana intemporal, desde aquí les decimos que la historia sitúa a cada uno en su sitio, lejos de prohibiciones y de intolerancias (bueno, se lo diríamos si quedase alguno vivo, que no creo).