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El famoso gag del espejo, imitado luego hasta la saciedad, empezando por los mismísimos Marx, bastaría como espléndida tarjeta de visita para incluir esta película entre las más desternillantes de la historia del cine. La secuencia es tan perfecta que casi nos hace aguantar la respiración por "miedo" a que Linder se equivoque en un gesto, en una mirada.
El actor se mete de nuevo en la piel de un absurdo y atildado ricachón que debe casarse pero antes organiza una noche de juerga con sus amigotes. La trama se enredará hasta el infinito pero aquí no vamos a destriparla, por supuesto. He leído que un famoso crítico de cine norteamericano, que apenas había visto un par de cortos de Linder y que se caracterizaba por su talante serio, hasta el punto de que su propia esposa pocas veces le había visto sonreír, estalló hasta cuatro veces en estentóreas carcajadas mientras contemplaba las imágenes de esta película.
No hay para menos. El ingenio y el sentido del ritmo cinematográfico parecían no tener ningún secreto para este genio francés. Salta, corre, se pelea, baila, se disfraza, sufre persecuciones... ¿Y qué decir de esa otra famosa escena en el interior de la jaula de los leones? ¿O de la escena final, plena de humor y elegancia?
Algunas coincidencias: la persecución de los policías, tomada en travelling inverso, se asemeja a la de "Cops", de Keaton, realizada un año más tarde; o el citado final, con reminiscencias a la última escena de "Three ages", también de Keaton, dos años posterior. Y con ello no insinuamos que nadie copiase a nadie, ni menos Keaton, que fue un "inventor" nato de situaciones y gags.
