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Digámoslo enseguida: el protagonista de esta película no es "el chico", ni "la chica", ni los secundarios, ni el paisaje, ni esos mejicanos casi de opereta que abundan durante casi todo el metraje. El protagonista es... un coche. Concretamente, un jeep, uno de esos vehículos que ahora llamamos "todoterreno", capaz de rodar por los parajes más intrincados e impensables. Ese jeep conducirá a la pareja protagonista (Nell Shipman y el entonces su marido, Bert Van Tuyle), por rutas impracticables, por el árido desierto, por recodos rocosos, por montículos y por laderas. Nada parece frenar a ese simpático cuatro ruedas que no habla, como el Herbie más actual que todos conocemos, pero que sirve para salvar la vida a la pareja protagonista en multitud de situaciones.
A la película no le pidamos más florituras cinematográficas: dejemos que ruede esa maravilla que consume gasolina y con sus andanzas tendremos a la platea distraída durante casi hora y media. Ni el bandido con pelo engominado, ni el chico con sonrisa de Denticlor, ni la escritora atolondrada podrán competir con el motor incombustible que gana por velocidad a sus perseguidores y que sólo se frena ante la muralla natural de una montaña imposible de escalar. A uno sólo se le ocurre preguntar cuántos vehículos como ese jeep protagonista se tuvieron que utilizar durante el rodaje. Y decimos "utilizar" por no emplear otro verbo más desagradable, como es "sacrificar", por ejemplo.
(Eddie Constanti)