Sinopsis
Entre 1911 y 1913, Frank Kleinschmidt tomó algunas de las imágenes de caza árticas más antiguas que existen. El "Capitán", como le gustaba que lo llamaran, era un inmigrante alemán que ya se había mudado a Alaska durante muchos años. Un cuarentón de mal carácter que no disponía de grandes sustancias, pero que ciertamente no le faltaba el proverbial espíritu de iniciativa de los pioneros. Y pensó que el cine y la fotografía eran los medios del hombre moderno hacia "una llamada renovada a la naturaleza salvaje". Para realizar su proyecto cinematográfico llegó a improvisar como operador turístico para cazadores adinerados en busca de emociones fuertes. Marshall Scull, uno de ellos, a su regreso dibujará un retrato de Kleinschmidt que parece salir de las novelas de Jack London: escondido en el hielo, con la cámara y la escopeta siempre a mano.
En la película, el paisaje nórdico evoca una atmósfera suspendida, a la que incluso contribuyen las deficiencias técnicas debidas a las exigentes dificultades de rodaje (desenfoque, balanceo, saltos de edición): los rollos de película corren el riesgo de congelarse, el primer plano de un oso podría costar caro y encontrar una base estable para el trípode fue una tarea difícil. Es la presencia humana la que recupera la dimensión histórica de las imágenes: Kleinschmidt con su abrigo de piel, un niño esquimal riendo, una mujer de pie sobre las rocas fotografiando el mar. Sobre todo, la película ofrece un equivalente visual de la violencia que, a través de la caza, trae consigo la acción civilizadora del hombre.
Capitán F.E. Arctic Hunt de Kleinschmidt estaba destinado a proyecciones educativas en la sala de espectáculos del Museo Carnegie de Historia Natural en Pittsburgh. Un método de difusión vanguardista y de gran éxito: es el propio Kleinschmidt quien cuenta cómo el público vitoreaba a las presas que huían, prefiriendo con mucho la proyección cinematográfica del animal vivo a la visión de sus restos disecados en dioramas.