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Esta película significó un cambio de estilo poco convencional para la supuesta novia de Estados Unidos y un inesperado semifracaso de público. Como lavandera cockney en un Londres recreado de manera excelente, se nota que Mary se siente más a gusto dentro de la comedia: caer dentro y fuera de los contenedores de ropa, esconderse debajo de las canastas de ropa, tener un caballo en su piso, etcétera.
En cuanto al patetismo, aquí nuestra heroína es menos pródiga de lo habitual, principalmente porque la mayoría de los problemas del personaje son provocados por ella misma y por su propia vida fantasiosa y poco saludable (algunos de los cuales se representan en un flashback imaginario largo, pero maravillosamente descabellado).
No hay un verdadero villano que superar, sino a sí misma, y ella no logra alcanzar la victoria. El final (o finales, se filmaron tres escenas diferentes), es brusco y no muy convincente. Los secundarios, aunque competentes, no son memorables, excepto, quizá, Lavender, el caballo, que tenía un gag divertidísimo en uno de los finales que no han trascendido: se sacudía la silla de encima y se la echaba a Mary con el hocico, para que fuese ella quien tirase del carro.
(Eddie Constanti)