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Basada en un relato de Strindberg ("Hay crímenes y crímenes"), hay que hablar enseguida de esa atmósfera que logra crear Molander desde un principio, que nos lleva al mismo París ficticio de la borzagiana "El séptimo cielo" y nos hace creer, realmente, que nos hallamos en las buhardillas donde vivió y murió la Mimi de "La bohème". El final también lo hubiese podido firmar Borzage, aunque no sabemos si lo hubiese podido superar.
Molander es mucho Molander en este película. En su plenitud creativa, con una estructura cinematográfica bien delineada y unos actores espléndidos, la cinta discurre como un mar en calma en su comienzo y como una terrible pesadilla en la parte final, donde casi todos son culpables, excepto la madre. Allí se reúnen los remordimientos, el pesar, la sospecha y la maldad, encarnada por Gina Manès, a quien ya vimos en "L'auberge rouge". Elissa Landi también brilla en su papel de esposa que primero no quiere creer lo que sospecha y luego, cuando la sospecha se hace realidad, comprende que hubiese tenido que intervenir antes para evitar el desastre. O no.
Por supuesto, la palma se la lleva Lars Hanson, el protagonista. Una película con Larson ya nos asegura, como poco, que la interpretación será destacable. Aquí el actor sueco regresaba de filmar "El viento", con Lillian Gish, y la aventura estadounidense le había dejado un regusto amargo, puesto que con su fuerte acento apenas se le entendían las frases en inglés, algo que se hizo más palpable en su posterior etapa. Lars es Maurice Gérard, el escritor atormentado por la bella actriz, que sabe que tiene un deber hacia su esposa y su hija, pero que no puede desatarse de aquella pasión.
Intensa, espesa, cargada de sombras y de sinos fatídicos, alcanza unas alturas emotivas de tal calibre que incluso el final se nos antoja un tanto postizo. Conflictos como los que se retratan en "Synd", pocas veces cuentan con un happy-end. Al menos, así lo creemos.