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Ripeada por Arupa a partir de un xvid de 1,2 GiB
Aquí tenemos a un enjambre de caracteres individuales que deben convivir en una ciudad con una calidad de vida entre media y alta. Vemos al veterano profesor de la universidad, cansado de impartir enseñanzas a unos alumnos que apenas soportan las clases si no es para obtener el título y empezar a holgazanear. Vemos a la esposa del profesor, insatisfecha, que desearía alternar con la buena sociedad pero que, con el suelo de su marido, apenas puede llegar a fin de mes y con apuros. Vemos también a sus vecinos, extranjeros afincados en el lugar, nuevos ricos y presuntuosos por haber sabido vender zapatos a unos precios abusivos. Está la joven bibliotecaria, llena de dudas sobre su futuro y lo que espera de la vida. Y luego un joven universitario, hijo de millonario, que al principio sólo quiere pasárselo bien, pero que al contemplar algunas de las cosas que le rodean, toma conciencia de que no todo es alegría y despreocupación. Y un ministro de la Iglesia tímido y sin mucho don de gentes, etcétera.
Entonces llega Lois Weber e inicia su tarea organizativa tan bien conocida: entrelaza vivencias, mezcla personajes, hace que se enfrenten y reencuentren unos y otros y avanza hacia un final que será resolutivo para muchos y algo más triste para algunos, porque, a fin de cuentas, así es la existencia de los humanos, con claros y oscuros. El mensaje de la directora es evidente: encerrándonos en nosotros mismos, difícilmente conseguiremos algo; enquistándonos en nuestros orgullos personales, tampoco llegaremos a nada. Empatizando y abriéndonos al mundo, posiblemente obtendremos la misma empatía por parte de los que nos rodean.
Otro "tapiz" humano de fino engarzado; otra lección de equilibrio entre personajes e historias paralelas; otra muestra de la sabiduría de Wilson al trasladar a la pantalla pensamientos, gestos, reacciones y costumbres. Las secuencias encajan entre sí como un rompecabezas perfectamente acabado; los actores parecen vivir sus propias vicisitudes. Volvemos a encontrar a Louis Calhern en un papel que parece hecho a su medida, rodeado por un reparto que no tiene fisuras. Volvemos a comprobar que la señora Weber sabía un montón de lo suyo: hace cine. Y volvemos a maldecir que los nitratos con que antes estaban hechos las películas, se consumieran con tanta facilidad y no nos permitieran, ahora, saborear más títulos de esta pionera del séptimo arte.