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Si hacemos caso de la Wikipedia, "flapper" es un anglicismo que se utilizaba en los años veinte para referirse a un nuevo estilo de vida de mujeres jóvenes que usaban faldas cortas, no llevaban corsé, lucían un corte de cabello especial y escuchaban música no convencional para esa época, que también bailaban. Ésa es la definición "oficial". Nosotros añadiríamos algo más: por "flapper" también se entiende a una joven entre dieciséis y pocos años más, justo cuando está entre la adolescencia y la siguiente madurez. Aquí vendría al pelo el adjetivo de "lolita", ese momento en que la mujer es capaz de seducir, pero finge espanto cuando tratan de seducirla.
Olive Thomas fue la primera flapper de la historia del cine y también la que murió más joven, a los veintiséis años. Unos veintiséis años, sin embargo, que le sirvieron para vivir intensamente media docena de existencias de algunos de nosotros. Aquí, en la que sería su película más celebrada, nos da un curso rápido de encanto, ingenuidad y coquetería a partes iguales. Tan pronto aparece en pantalla nos olvidamos del guión, del resto de actores y de la misma congruencia de la trama. Alan Crosland supo aprovechar el hechizo de su mirada y convirtió el filme en lo hoy es: un objeto de culto.
Después de Olive llegaron Colleen Moore, Pauline Garon, Clara Bow e incluso la primeriza Joan Crawford. Pero permitidme que os diga que ninguna de ellas, con todas sus virtudes, tuvo ese nosequé de la flapper primigenia. Y si estáis pensando en Louise Brooks, nones. Louise nunca fue una flapper. Louise fue Lulú, un punto y aparte, una mujer de la que rompieron el molde al nacer. Por cierto, me doy cuenta que esta reseña me ha salido algo divagatoria, así que lo mejor es que veáis la película y juzguéis después.
(Eddie Constanti)