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Clásico del 'Antiguo Oeste Americano', muy bien realizado y con una historia coherente, que no por manida hoy día, deja de ser innovadora para su tiempo.
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Por sus padres, llevaba sangre irlandesa y alemana en sus venas. Cuando empezó a fijarse en el cine ya tenía cerca de cuarenta y nueve años. Antes había trabajado en numerosas obras de Shakespeare y otros clásicos en los escenarios de Broadway. Al llegar a Hollywood, en 1914, inició su carrera con innumerables cortos procedentes de sus propios guiones o dirigidos por él, casi siempre dentro de la factoría de Thomas H. Ince. De allí pasó a la Famous Players-Lasky, que se habría de convertir en la Paramount. Su primer gran éxito de público fue "The bargain" y a partir de ahí la fortuna se repitió en cada uno de sus estrenos.
En los inicios de la década de los veinte, el público empezó a pedir westerns con más acción y menos "reflexivos" que los que ofrecía Hart. Su última aparición en la pantalla fue en "Tumbleweeds", en 1925, un nostálgico canto a toda una época pasada, considerada como una de las obras cumbre del género. Entonces tenía ya sesenta y un años y un montón de cicatrices, herencia de sus rodajes. Posteriormente, en 1936, añadió una presentación sonora a dicha película. Poseía las pistolas de Billy el Niño y fue amigo personal de Wyatt Earp y de Bat Masterson. Murió en su rancho "La loma de los vientos", en Newhall, California, hogar-museo que hoy es objeto de incesantes peregrinaciones.
Los mitos-héroes-prototipos del western en el silente fueron diversos, como variada era su filosofía de entender la épica de la conquista del Oeste. Tom Mix fue el equivalente a un Fairbanks con pistolas; atlético, saltarín, jovial y dinámico, conquistó a las plateas desde sus inicios. Broncho Billy era el cowboy rompedor de esquemas: feo, amoral y políticamente incorrecto, fue un personaje digno de estudio. Will Rogers era otra cosa, mezcla de vaquero, humorista e incluso comentarista político. Harry Carey merecería estar tan arriba como el propio Hart por su profesionalidad y ductilidad interpretativa. Pero William S. era otra cosa. Era "el Oeste".
Serio, adusto, silencioso, honesto, en sus rasgos casi esculpidos a fuego se centraba todo la filosofía de las luchas por las tierras de los primeros colonos, de la batalla personal por la supervivencia y de la prevalencia del código de honor del hombre de la frontera. Tímido con las señoritas, implacable con sus enemigos, sabía liar un pitillo con una sola mano mejor que nadie y disparar dos pistolas a la vez sin despeinarse. Le costaba desatar su furia porque en el fondo pensaba que en cualquier corazón humano debe esconderse, por fuerza, una brizna de honestidad, pero cuando estallaba era imparable. Su mejor amigo siempre fue su caballo y su destino se perdía, no pocas veces, en ese horizonte de los westerns que siempre se nos refleja, infinito, a la luz del crepúsculo. Podríamos añadir mucho más, pero como esta presentación ya está quedando algo larga, es preferible que paséis a ver las imágenes de este gigante del silente y de todo el cine en general, que hablarán mejor que cualquier palabra nuestra.