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Otra vibrante página de la cinematografía de Hart, aquí dirigido por Hillyer, el fondo de la historia se centra en la venganza, pero muy pronto esta premisa quedará al margen cuando Deering, culminada ésta, escapa y en su huida coincide con una viuda y su hijo que habitan una modesta cabaña en el monte. Ella, la estupenda Anna Q. Nilsson, y especialmente su hijo, quien escenifica la figura de Hart como la de su desaparecido padre, hacen plantear al fuera de la ley muchas de las improntas que hasta entonces habían guiado su conducta.
En un momento de la trama, uno de los perseguidores dice a Black (negro) Deering: "Puedes llamarte Black, pero por Dios que eres blanco", en referencia a su nobleza cuando se entrega a la justicia y decide ayudarles a terminar con el grupo de asaltantes que les persiguen. Ésa fue la eterna historia de Hart en sus películas y por eso se le permitía huir hacia la frontera, aunque fuese apartándose de esa viuda y su hijo que había aprendido a amar.
Y prestad atención a la secuencia en que los soldados que custodian a Deering en el tren le permiten huir, expresión certera de que algunas veces la ley se ha creado para... incumplirla.