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Para mi modesto gusto, "Tigre reale" es la obra maestra de Giovanni Pastrone, la apoteosis de su límite artístico, el summum del amor fou, a la altura de la mismísima "Dama de las camelias". La puesta en escena es prodigiosa, los decorados impresionantes y, en el aspecto técnico, tal vez os sorprenda descubrir movimientos de cámara en travelling --incluso uno circular--, elegantes zooms hacia un objetivo concreto y la utilización de trucajes que podría envidiar mister Griffith (el incendio final parece sacado de "San Francisco"). Sin embargo...
Sin embargo todo este compendio de bondades cinematográficas está, pura y exclusivamente, al servicio de un nombre de mujer: Pina Menichelli. Ella lo es todo, ella "se come" a todos, incluso al mismo guión; ella es la reina y señora de este tremendo melodrama.
Vedla ya en su primera aparición: barbilla levantada, mirada perdida, orgullosa y radiante como una ardiente llama; toda una carta de presentación.
Y luego llora, gime, se ríe, gesticula, juega con su enamorado, se desploma --tratando siempre de tener al galán muy cerca para que la sostenga debidamente--, relata su historia en un mágico flashback y... lo que se le antoja. Porque, ¿sabéis a qué se debe su aparente frialdad con los hombres? Naturalmente, a un gran amor perdido. ¿Y qué le quedó de ese amor? La tisis. Sí, sí, amigos, la condesa es tísica, como Margarita Gautier.
Prodigio de interpretación, apenas reparamos en su pretendido amante, ni siquiera en el gran amor que perdió ("Él murió allí; yo todavía
estoy muriendo..."), el excelente Febo Mari, que aquí, en su papel de rebelde polaco, debe dejar paso al ciclón Menichelli. Y no tengáis en cuenta ese final a todas luces "postizo", posiblemente impuesto al director. Ella es mala pero buena, ella ha sufrido y debe morir para librarse de un mayor dolor, ella está tísica e, irremediablemente, debe acabar sus días en brazos del nuevo amante.
Espectáculo en mayúsculas, sorpresa para quienes no la hayáis visto, entrad en casa de la condesa y vedla amar, sufrir y morir. Se os encogerá un poco el corazón, aunque para bien.