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Empezó a dirigirla Lewis Milestone pero, no sabemos por qué razón, la realización pasó a manos del oscuro Nat Ross, cuya filmografía no presenta demasiados alicientes. Era sobrino del productor Carl Laemmle y murió, antes de cumplir los cuarenta, al dispararle un empleado que él había despedido días antes. La trama describe la vida de un veterano maquinista de ferrocarril que pierde la vista paulatinamente, pero debe resistir para poder cobrar la pensión, pasados seis meses. Esta circunstancia la conoce su ayudante, el fogonero, que se aprovecha del secreto de su jefe para pretender casarse con la hija de éste, bajo la amenaza de que si no lo hace, desvelará la afección de su padre. Amable postal de la vida de una familia en una pequeña población del Oeste, teñida por una bien llevada historia de chantajes, amoríos e intrigas, que pasa sin ningún esfuerzo ante nuestros ojos. La dirección es funcional, pero convincente y en el aspecto de la interpretación cabe destacar a la figura del maquinista, Alec B. Francis, a quien hemos visto en multitud de películas, siempre eficaz. Pero en esta ocasión quienes se llevan la palma son los secundarios, una espléndida y divertida pareja de ladrones, que con sus manejos nos hacen pasar un rato muy estimulante. Incluso hay una escena en el interior del vagón de tren que va a la deriva, del más puro humor slapstick: un ricachón pretende afeitarse (con chistera y monóculo puestos), mientras dicho vagón va dando bandazos.
Eduard José Gasulla